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Sonido
y sociabilidad:
consistencia bioacústica en espacios públicos |
Miguel Alonso
Cambrón |
Grup de
Treball Etnografia dels Espais Públics
Institut Cátalà d’Antropologia
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Es inútil buscar terreno firme sobre el cual pisar.
Después de todo, la materia sólida del terreno no
es sino una ilusión causada por una configuración
energética particular, al igual que el pie que lo pisa.
La materia es una ilusión, la solidez es una ilusión.
Sólo el caos es real.
Markowitz citado por Nubla ( 1999:140)
Un sonido no sirve para nada; sin él la vida no duraría
ni un instante
Cage (1961:13-14)
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El presente trabajo surge a raíz
de la lectura de los textos de Bernie Krausse sobre las propiedades
sonoras de lo que él mismo denomina "hábitats
saludables" y "ecosistemas no alterados." Al margen
de lo arbitrario de ambas categorías (en lo que entraremos
más adelante), la cuestión de fondo surge ante el
intento de transposición de las teorías de este autor
(gran deudor y partícipe del movimiento de paisajismo sonoro
inaugurado en tierras canadienses a mediados de la década
de los 60 del siglo pasado) a lo que él mismo podría
considerar "ambientes poco saludables" o lo que nosotros
podríamos llamar "ecosistemas en constante alteración."
El eje del discurso de Krausse, y del movimiento paisajista en general,
es la consideración del espectro sonoro derivado de la interacción
entre seres vivos y su medio como composición musical en constante
labor de producción. Esto será lo que este y otros autores
denominan "biofonía:" los sonidos de la vida o la
sinfonía mundial. Cierto es que encontramos tremendamente
inapropiado dicho término, quizá por lo vago e inmóvil,
quizá por la ausencia de referencias a los social, materia
formadora y consustancial a nuestro análisis. A este respecto
sería de nuestro agrado la proposición de otro término
quizá más aplicable para los estudios sociales. Se trata
del concepto de "sociofonía." Éste, en nuestra
opinión, un término más apropiado en tanto en
cuanto ataca el análisis desde un punto de vista relacional,
tanto comunicativo como metacomunicativo. Con él pasan a un
primer plano el eje contextual y, evidentemente, el sistémico
sin centrarse específicamente más que en las formas
sonoras que toma la sociabilidad. Pero empecemos desde el principio,
volvamos a Krausse. El trabajo de este músico, teórico,
bioacústico y técnico de sonido se materializa en lo
que él mismo da en llamar la "hipótesis de nicho"
que, en palabras de Francisco López, se concentra en la diferenciación
de las fuentes bióticas de los sonidos para afirmar que "diferentes
nichos auditivos se definen básicamente en términos
de bandas de frecuencia del espectro de sonido que está ocupado
por diferentes especies." El interés de este planteamiento,
continúa López, "radica en la intención
explícita de ampliar la bioacústica clásica de
un auto ecológico (una especie) a una perspectiva más
sistémica considerando composiciones de especies de animales
capaces de producir ruido y que se encuentran en un ecosistema equilibrado"
(López, 2001). En resumen, lo que nos
propone Krausse es que en estos ambientes "no contaminados"
por la mano del ser humano, las especies tienden a adecuarse las unas
a las otras en términos sonoros, ocupando diferentes frecuencias
en el espectro sonoro del nicho considerado como unidad de análisis.
Krausse interpreta esto como adaptación evolutiva al medio.
"Cada voz puede distinguirse aunque suenen todas a la vez"
(Krausse, 1999). Es evidente que la posición
de este autor frente al enjambre sonoro urbano es (y no podría
ser de otra forma viniendo de dónde viene) de total repudio,
de insulto si cabe. No sólo por su esencia sino también
por su carácter colonial, que afecta a una "sinfonía
del mundo natural" cuya pérdida lo intranquiliza de forma
inusitada. Afirma que la biofonía proporciona un volumen considerable
de información sobre el hábitat que le es propio. "Funciona
a modo de indicador de la salud de un hábitat. También
contiene información sobre su antigüedad, de su nivel
de estrés" (Krausse, 1999).
Es indudable que la introducción de elementos y procesos, sonoros
o no, en cualquier sistema dado representa un esfuerzo de reequilibrio,
de reestabilización y de síntesis. Se trata de un proceso
que pone a prueba las bases mismas del sistema, su capacidad de integración
y sus medios de reconstrucción. De todos modos, creemos conveniente
redefinir los conceptos que este autor imprime en su análisis,
en nuestra opinión, cargados de juicios estéticos y
de valor, en este caso, del todo improcedentes en cuanto inundan el
análisis con un sesgo eminentemente occidentalista y antropocéntrico.
Por tanto, amén de críticas, en este artículo
nos centraremos en el intento de vislumbrar alguna consistencia en
el modelo acústico y/o sonoro de los entornos urbanos, rescatando
de la quema a estos espacios y reivindicando otra escucha. Una escucha,
en palabras de Jean-Françoise Augoyard, reactivada, que presta
atención a las fuentes y formas sonoras tanto por la información
que pueden suscitar como por los comportamientos que pueden originar.
Para ello intentaremos aplicar el modelo bioacústico a la realidad
antropológica de la ciudad. Consideramos lícitas
las apropiaciones del método etológico en base a su
experiencia en cuanto a observación de la naturaleza y a su
dimensión eco-espacial de la sociabilidad. Esto no implicará
intento alguno de biologización de las conductas humanas sino,
más bien, pondrá énfasis en la importancia funcional
del sistema social. Por otro lado, también nos acercaremos
al paradigma de la antropología ecológica ya que participaremos
de un análisis del espacio público y el espacio urbano
en general en términos de nicho ecológico y ecosistema,
siempre partiendo de que el medioambiente es "el conjunto de
condiciones físicas, químicas, biológicas, culturales
y sociológicas susceptibles de actuar sobre los organismos
vivientes y las actividades humanas" (Augoyard
1995).
El sonido como fuente de información
El sistema auditivo supone un mecanismo de adaptación al
medio diferente en cada especie. Su desarrollo se produce como adaptación
al entorno. La percepción sonora aparece ligada al sistema
auditivo, así como su desarrollo, que está adaptado
funcionalmente a los estímulos que la naturaleza produce. Cumple
un papel fundamental como elemento para captar información.
En muchas ocasiones hace la función de marcador de alerta en
situaciones de peligro o angustia y de este modo contribuye a la supervivencia
(Bjork citado por Carles 2005). Pero la información
que nos aporta el sonido no se ciñe al mero utilitarismo de
la adaptación sino que es un medio a través del cual
los seres y los lugares se expresan. De este modo podemos considerar
el "sonido ambiental" como un conjunto o un sistema de sonidos
organizados que forma parte del sistema de relaciones entre seres
vivos y su medio. Así pues, estamos rodeados de un conjunto
de sonidos estructurados ecológicamente que nos son fundamentales
en tanto en cuanto afectan a nuestra adaptación al medio y
a los seres que nos rodean (Mills 2004).
Llegado este punto consideramos adecuado para el discurso la mención
de los principios estructurales de los que la rama de la arqueología
dedicada al estudio de las formas acústicas parte para sus
análisis. En primer lugar, que el sonido es una información
compartida (sensorial en cuanto auditiva y táctil) pero también
reflexiva y que hace referencia al medio por el que se propaga (es
mensaje y metamensaje). Nos indica cuál es la relación
entre los espacios, las actividades, los materiales y los sonidos
asociados a esos espacios y generados como consecuencia de esas actividades.
De algún modo contribuye a la sensación de lugar, que
se hace evidente cuando ocurre (cuando suena) algo inusual o inesperado.
En la medida en que un sonido existe físicamente, "aparece
en juego un medio situado y calificado de forma singular por la morfología
y la materia del conjunto, por la meteorología, por la disposición
de la vegetación" (Augoyard 1995b).
Dicho de otro modo, que todo evento sonoro es indisociable de las
condiciones en las que ocurre [1].
Pero aquí no termina el volumen de información potencial
que comporta un fenómeno sonoro. Todo ser que escucha o produce
un sonido lo interpreta en el mismo momento en que lo oye. Y esta
interpretación incluye tanto datos individuales, como códigos
colectivos e instancias simbólicas. En el caso de los seres
humanos, nos muestra nuevas dimensiones del medio ya que posee una
fuerte carga evocativa y puede retrotraernos a situaciones vividas.
Nos ayuda a "reconstruir" el lugar y, por tanto, resulta
determinante en la evaluación que el sujeto hace del espacio
y en la preparación y realización de sus acciones en
el medio (Augoyard, 1995b). Por tanto, tenemos
que no sólo son importantes el objeto sonoro, el contexto de
éste y la información atribuible a aspectos situacionales
y relacionales, sino que también resulta de extrema importancia
la neurofisiología y psicología del oyente. Es decir,
que no existe una escucha universal: "cada individuo, cada grupo,
cada cultura tiene su forma de entender" (Augoyard
1995b). A este respecto Pierre Schaeffer establece en su "Tratado
de los objetos sonoros" cuatro formas de escucha que a grandes
rasgos se corresponden con las líneas perceptivas que Roland
Barthes determina en un capítulo de Lo obvio y lo obtuso.
Comienza por el oir [oüir] como audición en el límite
de la consciencia; el "escuchar" [écouter]
que nos lleva a índices y anécdotas; el "entender"
experto [entendre] que selecciona ciertas cualidades del
sonido; y el "comprender" [comprendre] signos y
referencias en el presupuesto sonoro (Schaeffer
1966). Estas cuatro categorías comprenderían todos
los canales a través de los cuales un ser humano puede interpretar,
consciente o inconscientemente, la información de un evento
sonoro. Cabría concluir, por el momento, que los elementos
que habríamos de tener en consideración en el análisis
de cualquier evento sonoro habrían de ser necesariamente los
siguientes: las fuentes acústicas de las que emana el sonido,
el medio habitado por el cual se propaga y la "pareja indisociable
formada por la percepción y la acción sonora" (Augoyard
1995b). En un esfuerzo de concreción, el mismo Augoyard
defiende la existencia de cuatro tipos de sonido generales: naturales,
animales, técnicos y humanos. De todos modos, y sin más
ánimo que el de ampliar el abanico de opiniones y teorizaciones
al respecto, podemos poner la puntilla y volver al punto de partida
tomando las palabras de Jose Manuel Berenguer que afirman que "entre
el sonido artificial y el natural no hay más barreras que las
que culturalmente se desee interponer, que la gradación del
uno al otro es continua, e incluso, quizá, que entre lo absolutamente
periódico y lo absolutamente aperiódico vive la gran
mayoría de los sonidos que (...) manejan y utilizan."
Espacio púbico e interpretación sonora
Cuenta Krausee, en uno de sus artículos, que en una ocasión
mientras observaba a un grupo de ranas (Scaphiopus hammondi)
[2]
en su constante croar en la primavera del lago Mono, un reactor militar
surcó los cielos rompiendo la barrera del sonido y dejando
una estela sonora que inundó el ambiente durante unos minutos.
Tanto el croar de las Scaphiopus como las vocalizaciones
de otros animales (en su mayoría insectos y pequeños
mamíferos) cambiaron su lógico y cotidiano devenir para
interpretar una suerte de fuga. Muchos de los animales dejaron de
emitir sonidos y otros cambiaron sus patrones. De un modo análogo,
investigadores del Instituto de Acústica del CSIC investigan
los efectos que la tercera pista del aeropuerto del Prat —y
su tráfico aéreo en general— tiene para los vecinos
de Gavá y sus inmediaciones. Ambos estudios investigan la incidencia
de la introducción de un elemento nuevo en un nicho sonoro.
Un desequilibrio que fuerza al sistema a interpretar e integrar un
elemento de condiciones casi taumatúrgicas, en el primer caso
por inusitado y pasajero, y en el segundo por continuo e intenso.
Sin entrar en la cuestión de los ritmos del ecosistema (tema
sobre el que nos extenderemos más adelante) y de las repercusiones
de su alteración (si se permite la licencia analítica),
esta comparación pone de manifiesto varios elementos clave
para nuestro análisis. En primer lugar nos muestra dos tipos
diferentes de anomalía de fuente muy similar: un evento sonoro
muy intenso, en un caso pasajero —tampoco sabemos en qué
medida puesto que Krausse no se extiende al respecto— y en otro
caso estacionario. Observamos también dos formas de integración
en función de la anomalía que comportan desequilibrios
y reequilibrios. Pero lo más interesante son las relaciones
con el medio y los tipos de espacio habitado que estos procesos revelan.
No está tan claro en el caso que plantea Krausse como en el
de la tercera pista del Aeropuerto del Prat que el objeto de estudio
sea el espacio público en términos generales, pero sí
es espacio público sonoro. Público y sonoro en cuanto
compartido e inexcusable para la convivencia, para el desarrollo de
la vida. Espacio por esencia indispensable e imbricado en la esencia
misma de la vida en sociedad. No debemos olvidar, sin embargo,
que la clásica oposición cultura vs. naturaleza tiene
cierta razón de ser en la separación que supone la modificación
que los seres humanos ejercemos sobre nuestro ecosistema y, por consiguiente,
sobre los hábitos perceptivos mediante los que vivimos este
ecosistema, rasgo peculiar de nuestra especie por la magnitud de esta
modificación. A este respecto apunta Jose Luis Carles que "el
alejamiento de la naturaleza, la existencia de una vida confortable
(independencia frente a peligros naturales, fácil acceso a
las necesidades básicas...), así como también
el contacto con un medio ambiente sobresaturado de estímulos
sonoros [el datacloud de DJ Spooky (Miller
2005)] que dificulta el procesamiento de la información
que acompaña a estos estímulos, puede ser el origen
de una disminución en la agudeza auditiva y de la pérdida
de protagonismo de este sentido en tanto que dispositivo de captación
de informaciones sobre el entorno." Sin embargo, continúa,
y "a pesar de esta pérdida de protagonismo del sentido
auditivo (...), nuestra relación con el medio depende en gran
medida, seamos o no conscientes de ello, de los estímulos sonoros
del medio" (Carles 2005: 50). Pero,
volviendo a lo que nos ocupa ¿qué es espacio público
y cuál es su vinculación al espacio urbano? ¿Podríamos
hablar de un espacio público en los "ecosistemas no alterados"
de Krausse? En sentido estricto el espacio urbano es un espacio íntegramente
diseñado y configurado por seres humanos para la vida humana
y caracterizado por la movilidad. Ocurre que las relaciones que acaecen
entre los seres humanos en estos espacios, en cierto modo ergonómicos
[3],
se diferencian en gran medida de la estructura de relaciones que se
establecen en otros tipos de espacios. Y la diferencia estriba no
en las relaciones que establecemos los unos con los otros en nuestros
espacios domésticos sino más bien en las que se establecen
cuando todos concurrimos en espacios comunes, lugares de presunto
acceso libre. Se trata de lugares fuertemente ligados a la subjetividad
cultural y a una percepción estética de las relaciones
sociales. Delgado lo explica de forma clara: "existe en el espacio
urbano una estructura, en el sentido de una morfología social,
una disposición ordenada (...) de partes o componentes, que
son personas, entendidas como moléculas que ocupan
una posición prevista para ellas —pero revisable en todo
momento— en un cierto organigrama relacional y que se vinculan
entre si de acuerdo con normas, reglas, patrones, que —en este
caso— no están nunca del todo claras, que se han de interpretar,
aplicar y con frecuencia inventar en el transcurso mismo de la acción"
(Delgado 2004). Pongamos un ejemplo a este
respecto. La relación que cada uno de nosotros establece con
los sonidos de nuestra casa —nuestro territorio más próximo—
depende en gran medida del conocimiento que tengamos de los ritmos
y rutinas que hayamos percibido en ella. Es posible que optemos por
utilizar o no la cisterna del retrete en función de la hora
a la que lo usemos (además de por la profusión y volumen
de las deposiciones). Si hemos de utilizarlo a las cuatro de la madrugada,
es posible que no tiremos de la cadena hasta el día siguiente,
ya que "no son horas." Pero la cosa cambia si, estando en
una fiesta en casa de alguien, nos vemos en la necesidad de ir al
baño. Las contemplaciones se desvanecen por momentos. Amén
de que nos encontremos en un espacio lúdico y de disfrute personal,
en el que las costumbres, propias y ajenas, se relajan, no conocemos
las prácticas habituales del espacio que estamos usando. Por
tanto, y esto es lo más común, es más que probable
que no tengamos tanto cuidado a la hora de hacer sonar depósitos
y cañerías. Sirva esto como ejemplo de que en las relaciones
con el espacio (en este caso doméstico) el sonido toma un papel
fundamental en el que, conscientes o no, todos tomamos partido.
Son estas relaciones de posiciones cambiantes lo que deseamos resaltar
aquí. Se trata de una forma de sistema ecológico especializado
de tal forma en integrar la alteración hasta tal punto que
el propio término de alteración pierde su significancia
por completo. Un sistema conformado en términos sonoros por
elementos geofónicos determinados por "los elementos morfológicos
más permanentes (las fachadas de los edificios, los elementos
del mobiliario urbano, los monumentos, etc.)” y otros factores
“mudables, como la hora, las condiciones climáticas,
si el día es festivo o laboral y, además, por la infinidad
de acontecimientos que suscitan la versatilidad inmensa de los usos
y las prácticas (...) de los propios viandantes, que conforman
un medio ambiente cambiante que funciona como una pregnancia de formas
sensibles permanentemente alteradas: visiones instantáneas,
sonidos que irrumpen de pronto o que son como un murmullo de fondo,
olores, colores..., que se organizan en configuraciones que parecen
condenadas a pasarse el tiempo haciéndose y deshaciéndose"
(Delgado 2001). En palabras de Sloterdijk,
el sonido en el espacio público vendría a configurar
lo que él denomina comunidades sonosféricas,
sociedades compuestas de elementos que redundan en una escucha ausente
y reflexiva y que orbitan los unos alrededor de los otros en una suerte
de danza contemporánea (Sloterdijk 1993).
Es esta coreología que propone Delgado la que nos lleva a pensar
en la posibilidad de un corpus de actitudes respecto al sonido en
lo público articuladas de forma social. Estructura estructurante
pero no estructurada, permanente ordenación en la medida en
que hecha de situaciones en que los participantes se ven obligados
casi siempre a definir sobre la marcha un vínculo entre posiciones
estructurales no del todo clarificadas. Esto, que también
está presente en los hábitats "no alterados"
de Krausse y que el darvinismo clásico denomina cooperación
automática, vincula inexorablemente ambos tipos de espacio
para indicarnos lo natural de lo público en cuanto ligado de
forma indisoluble a la existencia de vida. Toda especie habrá
de tener, por tanto, una experiencia propia de espacio público,
una experiencia de lo que es "estar sólo” [4]
y formas determinadas de gestionar la copresencia. El espacio público
es experiencia común a todas las especies. Volvemos, llegado
este punto, a los estudios acústicos que exploran los problemas
de convivencia —y en muchos casos de supervivencia— que
origina la saturación del entorno: la contaminación
sonora. Este concepto engloba tanto alteraciones estacionarias como
pasajeras en el medio ambiente y nos remite directamente a la noción
de ruido. Pero ¿existe realmente una percepción
de ruido más allá de la especie humana? Ruido implica
intento de comunicación, barrera a la inteligibilidad del mensaje
y se opone conceptualmente a silencio. Categorías que no resisten
validación la una sin la otra. Matizando: "la representación
del medioambiente sonoro encuentra aparente unidad en una valor global
negativo al que se oponen tanto el silencio como la música.
La antinomia es formal, silencio y música no conforman una
unanimidad más que cuando se los opone al ruido" (Augoyard
1997). El espacio público vive por y para el ruido,
es ruido aparente en constante decodificación, es nube de información
por descifrar que estructura las acciones sonoras de sus usuarios.
Ruido urbano es, pues, información en potencia, anomalía
dispuesta para ser integrada. Es muestra de actividad y documento
a ser analizado etnográficamente. Y el ruido en sentido amplio
formaría parte del instrumentarium urbano que define
Augoyard del mismo modo que de la sinfonía mundial a la que
se refiere Schafer. Pero ruido (o sonido nocivo) y contaminación
acústica aparecen también asociados a molestia, a deseo
interrumpido de silencio y a imagen sonora de tranquilidad, relajación
o concentración. Bienestar. Si hablamos de bienestar habremos
de volver a referirnos a los animales de los "entornos no alterados"
de Krausse. Según la hipótesis de este autor, los animales
del rainforest viven en un sistema equilibrado hasta que
aparecen las voces de los ingenios mecánicos humanos que rompen
este equilibrio y sacan a sus habitantes de su "plácida"
forma de vida. La alteración constante e integral que supone
lo sonoro en el espacio público tiene repercusiones positivas
y negativas. Negativas en el sentido en que reduce nuestro umbral
de audibilidad y nos condena, en último termino, a la constante
mónada sonosférica extrema, a ser capaces de escucharnos
únicamente a nosotros mismos. Positivas en el sentido en que
nos habilita para integrar alteraciones constantes, a predecir nuestro
medio ambiente más inmediato: el urbano. Las Scaphiopus
de Krausse tardaron aproximadamente 45 minutos en recomponer su unísono
croar, momento delicado que muchos depredadores "oportunistas"
(sic) de este tipo de ranas —como lobos o coyotes—,
aprovechan las rebajas [5].
Pero Krausse relata otro episodio, si cabe, más escalofriante.
En 1993 un reactor militar realizó un vuelo rasante pasando
cerca del circo Froso situado a cerca de 200 quilómetros de
Estocolmo. Sorprendidos y angustiados por tal evento, muchos de los
animales recluidos en este circo —concretamente tigres, linces
y zorros— tomaron la determinación de que el peligro
preconizado por este sonido era tan horrible que ninguno de ellos
se salvaría. Para la sorpresa de sus cuidadores, arrinconaron
a un total de 23 crías que tenían en su haber y se las
comieron en un gesto infanticida. Por el contrario, y aun desconociendo
los pormenores de la investigación, no es probable que ante
una exposición similar, los padres de los alumnos de cualquier
colegio de primaria de Gavá, dejasen sus ocupaciones para ir
a "proteger" a sus hijos. Lo que ilustra este contrate
de casos es que la experiencia pública urbana en el sentido
en que venimos hablando prepara a sus usuarios para situaciones inesperadas.
Estos serán capaces de crear las interferencias más
exageradas y de adaptarnos a ellas. Y es, en cierto modo, "lo
sensible" lo que define la experiencia humana del espacio público.
Lo que penetra a través de los sentidos, las interacciones
entre la experiencia del usuario y los procesos físicos, lo
que el etnógrafo puede asegurar que ocurrió. Entre la
reacción de los mamíferos del circo y el sonido del
reactor.
Ritmos sociales
La Naturaleza en su sentido más amplio genera ritmos
de muchas clases. Desde la exótica cotidianidad de la Scaphiopus
hammondi hasta las mareas que originan los cambios de luces de
los semáforos en cualquier gran vía metropolitana. Es
interesante lo que añade Delgado, evocando a Henri Lefebvre,
sobre este tema:
El ritmoanálisis fue una propuesta de estudio de los grandes
ritmos al mismo tiempo interiores y sociales, objetivos y subjetivos,
cósmicos y culturales que acompasaban la vida cotidiana,
pero también de aquellos otros ritmos menores que la atravesaban,
la agitaban. Se proponía estudiar las regularidades cíclicas
—ondulaciones, vibraciones, retornos, rotaciones— y
las interferencias o interacciones que sobre éstas ejercían
ciertas linealidades, hechos particulares que irrumpían en
lo cíclico, punteándolo, interrumpiéndolo.
Ritmo, entendido como repetición en un movimiento diferencial
y cualificado, en el que se aprecia un contraste regular entre tiempos
largos y breves, en el que se incluyen altos, silencios, huecos,
intervalos, o, por emplear el símil musical, alturas, frecuencias,
vibraciones. La reproducción mecánica se ejecuta reproduciendo
el instante que lo precede, reiniciando una y otra vez el proceso,
con todas sus modificaciones, con su multiplicidad, con su pluralidad.
Sucesiones temporales de elementos bien marcados, acentuados, contrastados,
manteniendo entre sí una relación de oposición.
Ritmo, también como movimiento de conjunto que arrastra consigo
todos esos elementos. El ritmo es entonces una construcción
general del tiempo, del movimiento, del devenir, reproducción
mecánica que reproduce el instante que lo precede, que reinicia
una y otra vez el proceso, con todas sus modificaciones, con su
multiplicidad, con su pluralidad. Condición inmanentemente
rítmica de cualquier forma de vida animada y, a la vez, de
la inflexión rítmica que los seres humanos imprimen
a todas sus prácticas tempo-espaciales (Delgado
2001).
Tras estas palabras ritmo se nos antoja ligado a mecanismo y mecanicismo,
a esta repetición constante de un patrón aprehendido
por vía de aprendizaje o imitación. Son rítmicos
los patrones vitales de todos los seres vivos, puesto que responden
a variaciones externas más o menos reiterativas como son
la alternancia entre día y noche o la progresión entre
estaciones, y variaciones internas —las "cadencias fisiológicas"—
sobre las cuales se fundamentan actividades y percepciones. Pero
es en el ser humano en donde estos ritmos alcanzan dimensiones éticas
y estéticas. El vínculo está servido en función
de lo externo lo interno, geofonías y fisiofonías.
Ahora bien ¿cómo articular este razonamiento con la
contaminación sonora, la molestia y el desequilibrio impuesto
por los "human mechanical noises"? Se trataría,
pues, de invasiones, de contagios, como si los ritmos fuesen masas
líquidas que se perturban los unos a los otros. En cierto modo,
el rugido del reactor también se ve afectado por el canto de
las ranas, si bien no de la misma forma ni en la misma medida. Dos
patrones distintos que ocupan un lugar y un tiempo y que se ven forzados
a convivir, a socializarse. Así pues, los "human mechanical
noises" no distarían tanto del equilibrio del rainforest
más que por una cuestión de forma. El sonido del reactor
posee su propio equilibrio, su propia consistencia, en este caso,
tecnoacústica. Sus elementos están ordenados y cualquier
alteración en el sistema supondría un alejamiento de
los resultados deseados. Pero ¿cuáles son los resultados
que Krausse espera del espacio sonoro del rainforest? Aquí
radica la crítica a la que sometemos las hipótesis de
Krausse: el paternalismo con el que él y gran parte de sus
congéneres paisajístas tratan y definen al "hábitat
no alterado," recluido cual reserva étnica, del que se
espera proporcione paz y tranquilidad y se mantenga inalterado por
los siglos de los siglos. Puro utilitarismo. La base de esta crítica
se fundamenta en que el ecosistema sonoro de sus "hábitats
no alterados" vive tanto por y para la alteración como
lo hace el espacio público tan característico de los
espacios urbanos. Su disposición en el momento del análisis
es debida a una adaptación evolutiva, a la inclusión
constante de elementos nuevos y desconocidos. Tanto es así
que, del mismo modo, el propio término de alteración
se diluye en la ilusión analítica de su coherencia,
de su consistencia bioacústica. El rainforest no es
un ingenio mecánico y sus elementos no son engranajes que si
se los engrasa convenientemente siguen funcionando. Nos decantamos
aquí por la idea de Augoyard de instrumentarium, de
herramientas en reserva, de recursos potenciales como respuesta al
desequilibrio. Esto si que sería un indicador de la salud y
de la antigüedad de un nicho sonoro. "La suposición
de que la introducción de ruidos humanizados puede suponer
cambios a nivel estructural en la biofonía es algo que hace
tiempo han entendido las sociedades no industriales, que dependen
de la integridad y la no alteración de los sonidos naturales
para la determinación de un sentido de lugar del mismo modo
que por razones estéticas y espirituales". Con esta aseveración,
Krausse establece que las sociedades industriales y post-industriales
no dependen ni han dependido de la integridad de sus entornos sonoros
para la percepción de lugares. También parece querer
decir que los primitivos (retomando el viejo chiste antropológico
y contribuyendo a la política de la reserva natural) siempre
han sido más listos que los modernos. Confirmamos
esto último tras la lectura de otro de sus artículos
en los que, tras citar la obra Abolish the Recent de Stephen
Jay Gould, afirma que debemos volver la vista atrás para escuchar
como lo hacían nuestros antepasados. No nos extenderemos en
este punto ante la evidente fragilidad en el análisis. Sin
embargo, estas declaraciones ponen de manifiesto la existencia de
un movimiento para-cinetífico que se enarbola en ostentador
de una sabiduría universal basada en la relectura new-age
de los clásicos etológicos. Un movimiento que identifica
la naturaleza con el bien y lo urbano con el mal. Nada más
lejos de nuestra intención, que más bien se centra en
derruir estos nuevos edificios [6].
El sonido urbano entendido como molestia constante no es demonizable
más que en la medida en que su mantenimiento responde a unos
intereses económicos empeñados en imponer y desarrollar
un orden (de sonidos) eco-sistémico. "Limpiar" la
ciudad de ruido tendría un coste muy elevado, tanto para las
autoridades administrativas y sanitarias como para las instancias
inmobiliarias. Es el usuario de este "ruido urbano" el que
lo dota de sentido y significancia. Claro que una sirena a las ocho
de la mañana (como a cualquier hora del día) es molesta,
pero también es indispensable por toda la información
que puede llegar a generar, por cómo ocupa y crea espacios.
En este punto, los usos de los sonidos urbanos escapan al control
administrativo. La vida y la mecánica se unen, pues, por arte
de ritmo.
Sociofonía (recapitulando)
Después de esta sucesión de conceptos que metaforizan
al espacio público en cuanto estructura estructurante pero
no estructurada, hemos de concluir. Repasemos lo que se ha dicho hasta
el momento. Hemos optado por un análisis que se fundamenta
por un lado en la observación etológica (digámoslo
de nuevo, sin ningún interés en biologizar la conducta
humana) y por otro en el paradigma de la antropología ecológica.
Esto nos permite observar y describir lo urbano y lo público
en términos de ecosistema y nicho sociológico. Ambos
puntos de vista aportan una visión sistémica sobre el
desarrollo de las formas de relación entre seres humanos en
los espacios típicamente urbanos y en la forma que tenemos
de vivirlos. En general, sabemos que todo ser particular que escucha
o produce un sonido necesariamente lo configura, lo interpreta en
el mismo momento en que lo oye. Y en esta interpretación incluye
de forma inmediata datos individuales, códigos colectivos e
instancias simbólicas (Augoyard 1997) Por
otro lado, tenemos también que contexto y sonido son dos variables
fuertemente relacionadas. El contexto define al entorno acústico
y este, a su vez, configura el espacio, cuyo carácter varía
en función del sonido que haya en él. Los significados
que los sujetos adscriben a una experiencia acústica concreta
dependen del lugar en el que son oídos. La gradiente de congruencia
entre lo que un oyente espera oír y lo que en realidad oirá
en un lugar dado tiene mucho que ver con la evaluación del
sonido en cuestión (Carles y López
Barrio 1995). Somos conscientes de que la experiencia pública
es común a todos los seres vivos y que dicha experiencia se
fundamenta en la constante absorción de la alteración.
Lo que define, pues, al espacio público es la movilidad en
términos generales, el constante cambio en las formas y en
las interpretaciones que llevan al fondo. Hemos llegado a la conclusión
de que el modelo biofónico que Krausse propone es positivo
en cuanto amplía la perspectiva de la bioacústica tradicional,
que analiza las producciones sonoras como elementos aislados, a un
punto de vista que contempla la experiencia acústica desde
lo público, lo sistémico. Sin embargo, sus teorías
no son aplicables a la experiencia humana desde el momento en que
no toman en cuenta el aspecto sensible de la misma experiencia.
Krausse afirma que a los animales del rainforest les ha llevado
mucho tiempo encontrar su nicho ecológico de forma que respetan
las normas de vecindad ecológica y se integran en acústicamente
con otras especies. Creemos que esta lectura no es adecuada. No es
una cuestión de civismo biológico sino más bien
de adecuación en función de la supervivencia individual.
Si la frecuencia de la voz de, por ejemplo, una cigarra macho en época
de apareamiento, se superpone a la de una rana, es más que
probable que la cigarra hembra no la capte. De un modo análogo,
uno puede reconocer la voz de un conocido en una multitud sin necesidad
de que su frecuencia destaque por encima del resto. La diferencia,
eludiendo o no la intencionalidad de la llamada, es la forma en que
se decodifica la información sonora. Estos métodos
diferentes de integrar la señal sonora no distan tanto de otros
usos presuntamente más tradicionales tradicionalmente atribuidos
a las sociedades preindustriales o no industrializadas que vinculan
a la especie humana con otros espacios "menos alterados. "La
pericia que se les supone a los pigmeos a la hora de interpretar su
medio ambiente y respetar su equilibrio no es tan diferente de las
actitudes que un paseante puede tomar respecto al sonido del tráfico
o al graznido de las gaviotas del puerto. Es el método, la
capacidad adaptativa lo que se mantiene. Volvemos, así, a la
noción de sociofonía, concepto que nos remite a lo interactivo
de la experiencia sonora sensible. A la dimensión sistémica
de la interacción pública sonora. Es parte integrante
y conformadora de lo público, espacio social urbano por antonomasia.
Es el sonido de la interactuación con el entorno lo que hace
públicos nuestros movimientos, nuestra danza cotidiana. Se
propaga en el espacio público como los movimientos de la superficie
marina, no determina conjuntos cerrados por límites palpables
sino eventos espacio-temporales que se rozan, se deforman, se invaden
mutuamente, se mezclan... No existe una consistencia bioacústica
en la ciudad más que en cuanto tiene en cuenta la sociabilidad
que acabamos de atribuir a la experiencia sensible de lo acústico.
Existiría entonces esta suerte de coherencia sociofónica
que funcionaría a modo de indicador de, entre otras cosas,
el estado de la relaciones interpersonales del hábitat.
Del mismo modo que Krausse se sienta en el rainforest y concluye
que todo es perfectamente discernible en aras de frecuencias, que
todo en este ecosistema indica que las especies conviven en paz, podría
cualquiera sentarse en una de las muchas concurridas plazas de nuestra
ciudad y afirmar lo mismo: cada evento aporta una información
determinada, todo es perfectamente discernible en aras de la sensibilidad.
Y siempre habrá mucho más que indagar, más elementos
que, escucha tras escucha, saldrán a flote como cascotes olvidados
de barcos hundidos.
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BIBLIOGRAFIA |
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NOTES |
1
- ... Y que este es el punto común a todos los géneros
de sonidos. [volver]
2 - Variedad de batracio también
conocida como Southern Spadefoot típica de los bosques de
Manti-La Sal en el norte y sudeste de Utah (EEUU). [volver]
3 - Diseñado para adaptarse a los
usos del cuerpo humano. En este caso cabría plantearse si
son los espacios o los usos de estos espacios los que determinan
la ergonomía. [volver]
4 - O, en el caso que nos ocupa, “sonar
solo.” [volver]
5 - Hay que destacar que el unísono
en el croar de las ranas funciona como sistema de desubicación
para que los depredadores no puedan localizar la situación
exacta de la presa. [volver]
6 - “Un buen ejemplo reciente de
esta perspectiva —la de Schafer—, que considera como
si lo ruidoso fuese una condición maligna en sí misma
y también una característica exclusiva del mundo post-industrial
influenciado por el hombre) es el “Manifiesto para un mejor
ambiente sonoro” de la Real Academia de Música de Suecia,
para el que yo propondría el título más apropiado
de “Manifiesto contra los ambientes sonoros ruidosos.”
En el caso de Schafer, esta supuesta condición maligna de
ciertos ruidos o ambientes sonoros trata de justificarse en virtud
de afirmaciones relacionales insostenibles, tan pueriles como, por
ejemplo, que “el zumbido (…) en música es un
narcótico anti-intelectual,” o —hablando acerca
de los sonidos de motores— “a pesar de la intensidad
de sus voces, los mensajes que cuentan son repetitivos y en última
instancia aburridos.” El problema es que aspectos de salud
o relativos a la comunicación son mezclados y confundidos
con un juicio estético. Aparte de esto, muchos ambientes
sonoros naturales son considerablemente ruidosos (cataratas, acantilados,
ciertos bosques tropicales…) y la condición sonora
de estado estacionario es una característica común
en la naturaleza (independientemente del carácter ruidoso
o tranquilo del ambiente).” [volver]
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