En el número 3
2004 (1) de Quaderns-e del ICA (http:// www.icantropologia.org/quaderns-e/03/03_03.htm
) aparece un interesante debate entre Jorge Grau, José Maria
Ortuño y Carles Salazar, que desencadena Grau al sostener
que las diversas prácticas que se subsumen bajo el término
“adopción” presentan características y
connotaciones distintas.
No es mi propósito intervenir en la totalidad de la discusión,
lo que parecería poco oportuno dada mi estrecha relación
académica con Grau, ni mucho menos responder a las críticas-
algunas merecidas- que recibe, lo que ya hace él muy bien
en la réplica. La incitación intelectual para escribir
estas líneas viene de la aplicación que hace Ortuño
de las conclusiones de Needham, 1971, cuando
al revisar los conceptos entonces claves de la Antropología
del Parentesco (el propio concepto de parentesco, matrimonio, filiación,
terminologías, incesto) concluye que se trata de categorías
polisémicas, no teóricas, y que, por ejemplo, no puede
haber una “teoría general del incesto” porque
el concepto sociológico de incesto es erróneo y no
tiene nada de universal ( p. 127 de la traducción francesa,
que es la que tengo a mano (1)) o que no existe
nada como el parentesco de manera que no puede haber una teoría
del parentesco ( p. 107).
No es que Needham niegue la utilidad de estos términos.
En relación a “matrimonio” dice que sería
difícil pasar sin él y que indica aproximadamente
de que va o ocuparse y de que no. Con su estilo provocador:”
Si un ethnographe décide de parler du marriage, on sait au
moins à l´avance qu´il ne va pas se précipiter
sur le problème de la construction des barajes” (p.108).
El término « marriage »
« est donc aussi un mot “
à tout faire”, très commode dans toutes sortes
de descriptions, mais plus que trompeur dans l´usage comparatif,
et dénué de toute utilité pour l´analyse»
(p.108).
Ortuño parece defender la tesis de Needham, al menos en
su primera parte (« matrimonio » es un término
para todo uso, muy cómodo en todo tipo de descripciones)
trasladándola al término “adopción”
y alude de manera inteligente a cómo Spencer introduce este
subtítulo en su etnografía sobre los esquimales del
norte de Alaska precisamente en la forma en que Needham
1971 propuso que se usara parentesco (o matrimonio, o incesto)
: sólo para adelantar al lector información al objeto
de que se haga una idea del tipo de relaciones que van a aparecer
a continuación en la descripción…no para que
se ahorre la lectura de las páginas siguientes.
Pero el problema (que no lo era para Needham) no se plantea al
leer etnografía, sino al tratar de hacer teoría.
Voy a pasar por alto una pequeña contradicción que
me parece observar en el texto de Ortuño entre la cita de
Wittgenstein sobre los juegos y las consideraciones que hace sobre
los conceptos abstractos, que permiten referirse “a un campo
mayor de fenómenos aunque de antemano se sepa que podrán
tener grandes diferencias entre sí (que no deberán
ir contra el criterio definitorio, claro). Ahí precisamente
reside su utilidad” (Ortuño: p.1-2 /7).
El subrayado es mío y no consigo encontrar la equivalencia
entre “un criterio definitorio” común y el famoso
“aire de familia” entre los fenómenos que subsumimos
bajo un mismo término tan querido a Wittgenstein… y
a Salazar. Pero pasaré esto por alto, insisto. Porque el
problema de la polisemia de los términos de los lenguajes
naturales (¿culturales?) no se plantea a la hora de hacer
descripciones etnográficas sino de articularlas en predicados
de estructura. Y es en esta dirección en la que me interesa
caminar.
Como ejemplo tentativo de criterio definitorio del concepto abstracto
de “adopción” Ortuño propone algo de este
tipo:
“entendemos por “adopción” la creación
de un vínculo de parenteco análogo al paterno-filial,
con los derechos y obligaciones propios de esta relación,
entre personas que anteriormente carecían de dicho vínculo”
(p. 2/7)
Se sobreentiende sin dificultad que el vínculo paterno–filial
(si fuera universal) es variable y que el nuevo vínculo es
análogo al inicial dentro de cada sociedad.
Pero llegados a este punto, más allá de la propuesta
de Needham respecto al uso indicativo de estos conceptos clásicos
(2), ¿de que nos sirve
el concepto “adopción” no como concepto
abstracto sino como concepto teórico? Concluye Ortuño
que lo que verdaderamente diferencia nuestra institución
de la adopción de las instituciones en las culturas referida
por Grau en su artículo es que en nuestra sociedad esta institución
ha sido excluida por el Estado del Derecho privado. ¿Sólo?
En más de un aspecto, Ortuño y yo hemos leído
la misma etnografía, ya hemos tenido otras ocasiones de comprobarlo.
No quiero ahora contraponer la adopción occidental, con sus
variaciones históricas y recientes, con las adopciones tradicionales
fuera de Europa, obviamente también diversas. No soy especialista
en adopciones, aunque estos últimos meses, a propósito
de un curso sobre Parentesco e Investigación transcultural
que impartí en la UAB y del Public Understanding of Genetics
Symposium que tuvo lugar en la UB he leído unos cuantos
libros sobre el tema. Y la evocación de viejos textos como
el de Radcliffe-Brown sobre los isleños de Andamán
y la consideración de textos más recientes como el
Carsten sobre los pescadores de Langkawi (3) o el de Fonseca sobre Porto
Alegre (4) permiten formular hipótesis muy sencillas.
Tal vez sea suficiente hacer referencia al artículo de
Fonseca, que todos tenemos a mano porque acaba de publicarse en
la colección de Estudis d¨Antropologia Social i Cultural
de la UB. Es verdad que en este artículo la tesis de Fonseca
es más crítica que teórica, y que denuncia
en él los choques emocionales y conceptuales que se producen
cuando se ponen en relación dos prácticas distintas,
el tradicional “echar una mano” en el cuidado de los
niños y las modernas corrientes de adopción internacional.
Pero en el corazón del artículo, y al servicio de
la argumentación principal, aparece el núcleo de la
institución en Porto Alegre. “Echar una mano”
en el cuidado de los niños, aun cuando pueda llegar crear
un vínculo análogo al paterno- filial permanente,
es uno de los componentes de las redes de reciprocidad que como
mostró Larissa Lomnitz en Chile permiten mantener a capas
bajas de la población niveles de vida precarios y como teorizó
Sahlins permiten sobrevivir a los cazadores y recolectores en medios
ecológicos y/o demográficos precarios, como los andamán,
como los inuit. (5)
¿Forman parte las actuales adopciones occidentales, nacionales
o internacionales, de circuitos generalizados de reciprocidad? Parece
obvio que no, a no ser que rescatemos el cínico concepto
de “reciprocidad negativa”. Pero no quiero hacerlo.
En primer lugar porque no me gusta. Y en segundo lugar porque no
estoy criticando la transferencia de niños de los países
pobres a los países ricos. Naturalmente que las adopciones
internacionales se dan en un contexto de desigualdad económica
y de poder. Pero se dan también en un contexto de transformaciones
del parentesco occidental que en su dimensión cultural se
explora a partir de Strathern en los últimos años
en términos de individualismo, deseo, etc – las líneas
de trabajo de Grau y del Public Understanding of Genetics Project
en el que Salazar trabaja- y a los que no son ajenas las reivindicaciones
feministas y sus logros respecto al cambio en las relaciones de
género. En definitiva, las adopciones nacionales e internacionales
actuales constituyen uno de los componentes de esta nueva forma
de vida social y cultural en la que mujeres y hombre tenemos la
posibilidad por primera vez de vivir solos o emparejados
de distintas formas y el deseo de elegir entre tener hijos
o no tenerlos.
Reciprocidad generalizada por una parte, lucha por la libertad
en los proyectos vitales por otra constituyen en mi opinión
parte de los distintos contextos teóricos que contraponen
las adopciones o el fosterage tradicionales de niños
andamán o de Palau Langkawi o de Porto Alegre a las adopciones
por madres y padres europeos de niños de la India o de Brasil.
Hay en estos contextos teóricos muchos otros elementos económicos,
sociales, emocionales, simbólicos (6).
Pero no trato de desarrollar una teoría que, como he defendido
con detalle en trabajos recientes (7)debe constituirse como predicado
de estructura que trate de dar cuenta del cómo, el qué
significa, el por qué, el para qué, el por qué
razón y el qué ha hecho posible un fenómeno
o una configuración sociocultural. Si se construye, y en
el Grupo de Estudio Transcultural de la Procreación y
la Crianza de los Niños estamos trabajando en ello, y
es Grau quien se ocupa específicamente de este tema, ignoro
si el resultado final serán dos o tres o más modelos
teóricos (8). Por el conocimiento de las culturas humanas que
deriva de mi gusto por la lectura de monografías etnográficas
me inclino a pensar que ni uno ni veinte: es el balance entre la
variabilidad cultural y el principio de las posibilidades limitadas.
Pero en este momento lo único que yo trato de hacer aquí
es sostener una argumentación con la que concluyo.
De los términos folk reconvertidos en términos del
lenguaje técnico de los antropólogos podemos hacer
el uso que propició Needham. Por pasar del ejemplo del matrimonio
al del parentesco (aunque es el menos feliz de los que utiliza porque
identifica una vez más parentesco y filiación), podemos,
como él, hablar de parentesco cuando se trata de la transmisión
de derechos entre generaciones. Y efectivamente no esperaré
encontrar bajo la rúbrica de “parentesco” un
análisis de los estilos artísticos dominantes en una
sociedad, al menos no en principio, ni bajo la rúbrica “adopción”
un análisis de los mecanismos que impiden el éxito
de los planes de transformación de las industrias extractivas.
Pero es posible ir más allá hasta llegar a las formas
de vida sociocultural que he definido provisional y parcialmente
en relación a la reciprocidad y al individualismo de los
planes vitales personales. Para seguir este camino, hablar de adopción
o de matrimonio o de incesto, utilizándolos para apuntar
a fenómenos que presentan un cierto aire de familia
o como conceptos abstractos caracterizados por respecto a rasgos
definitorios formales que no respondan a una propuesta teórica
tentativa, no es un error, es un obstáculo. Como
lo sería unificar bajo un mismo término que represente
un concepto abstracto el modo de producción hidráulico
y el Plan Hidrológico Nacional ateniéndonos, por ejemplo,
a que ambos comporten el propósito de controlar el acceso
al mismo bien escaso.
Podría suceder, para no terminar con una boutade
que siempre es tan tentador como inconveniente, que en la definición
tentativa de Ortuño esté implícita alguna propuesta
teórica relativa, por ejemplo, a las formas de pluriparentalidad
simétricas o asimétricas, coexistentes o sucesivas.
Pero entonces no podríamos limitarnos a los fenómenos
que se parecen a las instituciones de adopción y acogimiento
históricamente cambiantes en nuestra sociedad. Teorizar sobre
la pluriparentalidad nos obliga a construir uno o varios modelos-
dentro del dominio analítico del parentesco- que previsiblemente
incluirán también, con relaciones internas a establecer,
como mínimo familias reconstituidas, individuos y parejas
lesbianas y gays comprometidos en procesos de procreación
y crianza, situaciones que pueden surgir de los usos de las NTR
y viejas y nuevas formas de parentesco espiritual. |