|
|
Análisis sobre la representación
biomédica y la representación popular de la demencia
senil y el Alzheimer [1] |
Mª del Pilar Cañabate
González
|
Universitat de Barcelona |
INTRODUCCIÓN |
En Cataluña, aproximadamente,
al 14,5% de la población mayor de 65 años se le ha
diagnosticado algún tipo de demencia senil. Entre
las personas mayores de 90 años el porcentaje aumenta hasta
un 50%. Del 50% al 80% de las personas diagnosticadas de demencia
senil tienen demencia tipo Alzheimer (Grups
de Treball del Consell Asesor en Psicogeriatría, 1998;
Bermejo y Muñoz, 2002).
En este artículo me propongo demostrar que existen dos formaciones
discursivas en cuanto a la demencia senil: un discurso biomédico
emergente que la observa como consecuencia de una enfermedad y un
discurso popular en retirada, que la observa como un proceso “natural”
relacionado con el envejecimiento.
A esta luz, entonces, la demencia senil como síndrome deberá
ser vista como una “invención reciente” (Foucault,
1961), como un régimen de representaciones y de prácticas
que moldean una nueva concepción de la realidad social vinculada
a la vejez. La biomedicina inventa un nuevo régimen de enunciados
que convierte el “desvarío” de la vejez en “demencia
senil”, como nuevo concepto.
La observación participante y, en definitiva, el trabajo
de campo ha durado 9 meses (de septiembre de 2002 a finales de mayo
del 2003). El análisis que sigue y los datos que aquí
presento son el resultado de una investigación realizada
en un servicio de atención especializada en el diagnostico
y seguimiento de personas con trastornos cognitivos y demencias
(al que llamaré Monteagudo) cuyo ámbito de influencia
es la comarca del Barcelonés.
La observación participante realizada en Monteagudo y el
cuerpo de datos que he obtenido de ella se ha enriquecido con la
asistencia a cursos de formación, a grupos de trabajo en
demencias, a congresos y a reuniones. Estos eventos me han permitido
ponerme en contacto con otros profesionales pertenecientes al ámbito
de la biomedicina en general y de las neurociencias en particular,
y ampliar la información sobre la estructura del saber biomédico
que tiene por objeto la demencia senil. Por último, aproveché
la oportunidad de realizar, esporádicamente, observación
en un servicio público de atención especializada en
neurología en Barcelona. Este servicio (al que he dado el
nombre de les Anglades) corresponde al segundo nivel de atención
del Sistema Catalán de Salud (el llamado ambulatorio) y que
da cobertura a una población aproximada de 20.000 personas.
Compartir la cotidianidad en una unidad de diagnóstico
me ha abierto posibilidades mayores que las entrevistas a expertos.
He aprovechado las observaciones de los encuentros diarios, discusiones
de trabajo, expresiones incontroladas, así como relaciones
y conversaciones que se generan espontáneamente. Aún
así, he realizado dos entrevistas en profundidad a expertos,
un neurólogo y un neuropsicólogo, que habían
recibido adiestramiento específico en demencias durante su
período de formación, es decir, para ambos la demencia
senil es un problema médico.
La información que se refiere al discurso popular de la demencia
senil la he recogido, básicamente, a partir de cinco entrevistas
en profundidad con familiares de individuos diagnosticados de demencia
senil [2]
y de la observación de unas 600 entrevistas diagnósticas
durante todo el trabajo de campo. Estos testimonios se han complementado
con la observación de las transacciones “profesional-familia-demente”,
que se han dado en los dos servicios en los que he realizado trabajo
de campo [3].
|
REPRESENTACIÓN BIOMÉDICA
DE LA DEMENCIA SENIL |
1- El síndrome denominado
demencia senil |
Desde el paradigma biomédico,
la demencia se define como un “síndrome adquirido,
de naturaleza orgánica, caracterizado por un deterioro permanente
de la memoria y de otras funciones intelectuales, y frecuentemente
acompañado de otros trastornos psiquiátricos, que
ocurre sin alteración del nivel de conciencia, afectando
al funcionamiento social” (Sociedad
Española de Psiquiatría, 2000:12).
La representación biomédica considera que la demencia
senil es el resultado de ciertos trastornos de la cognición
(memoria, lenguaje, capacidad motora, error en el reconocimiento
de objetos y/o dificultad para secuenciar acciones) que comprometen
la adaptación en la vida social y la capacidad de gestionar
la propia existencia. Es decir: para diagnosticar demencia, la alteración
cognitiva ha de ser “lo suficientemente grave como para
provocar un deterioro significativo de la actividad social o laboral”
(American Psychiatric Association (APA),
1995: 141).
Las demencias se incluyen dentro de los trastornos mentales orgánicos
y para su diagnóstico se requiere la evidencia de un factor
orgánico específico, que se supone etiológicamente
relacionado con el trastorno. No obstante, en ausencia de tal factor
o factores, “debe presumirse su existencia, una vez excluidos
otros trastornos mentales y siempre que el cambio conductual revele
un deterioro cognitivo en diferentes áreas” (Boada
y Tàrraga, 2000: 551; APA,
1995; Herrero, 1985) |
1.2. Criterios diagnósticos
de la demencia senil |
Los criterios diagnósticos
que hoy se utilizan para diagnosticar la demencia se recogen en
el DSM-IV y en el CIE-10. El CIE-10 reúne los criterios de
la 10ª edición de la Clasificación Mundial de
Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud y es
la clasificación oficial en España. El DSM-IV es la
cuarta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico
de los trastornos mentales de la Asociación Psiquiátrica
Americana (APA). Ambos manuales difieren en varios aspectos a la
hora de establecer los criterios que definen la demencia [4].
El concepto biomédico de demencia senil constituye un concepto
problemático: es una categoría poco delimitada conceptualmente
y con una carga polisémica que nace a partir de sobreentendidos.
El DSM-IV sostiene que “el diagnóstico de demencia
sólo se justifica si hay pruebas evidentes que demuestren
que el deterioro cognoscitivo y de la memoria es mayor que el que
cabe esperar debido al proceso normal de envejecimiento, y si los
síntomas provocan un deterioro de la actividad laboral o
social” (APA, 1995:
145).
Un análisis del concepto biomédico de demencia nos
muestra cómo éste tiene dos dimensiones: una remite
a su relatividad (lo que puede considerarse un deterioro para una
persona, no tiene que serlo para otra), y otra a su inespecificidad,
en el sentido que el deterioro ha de ser mayor que el normal en
el envejecimiento, aún cuando la “normalidad”
no queda definida [5].
Se define la anormalidad pero remitiéndola a su contrario,
y éste, a su vez, se dibuja únicamente con sobreentendidos
y lugares comunes; en ningún caso con categorías unívocas
y semánticamente cerradas. La definición no posee,
por lo tanto, la consistencia lógica que debiera exigirse
en este tipo de manuales. |
2 - La demencia senil tipo
Alzheimer |
Una vez que el clínico
interpreta la situación de una persona como demencia, ha
de establecer la causa (la enfermedad que la provoca). El sistema
biomédico reconoce más de 70 causas que pueden provocar
demencia. Es decir, nos encontramos frente a un cuadro clínico
y síntomas comunes (la demencia) pero que se diferencian
en base a su etiología. Así, se establecen distinciones
como: demencia tipo Alzheimer, demencia vascular, demencia por cuerpos
de Lewy, etc. La diferencia entre ellas no dependerá tanto
de la sintomatología cuanto de los hallazgos anatomopatológicos
(autopsia). Y aún así, en muchas ocasiones no es posible
determinar con certeza la causa de la demencia.
La demencia senil tipo Alzheimer es la demencia más diagnosticada.
Quizás por eso existe una tendencia, más o menos consciente,
observable en artículos de prensa y en el quehacer cotidiano
de la relación médico-paciente, a utilizar la enfermedad
de Alzheimer como paradigma de las demencias y referir las demás
a ella. Aún así, para las demencias tipo Alzheimer
la evidencia de un factor orgánico suele ser imposible de
constatar: sólo mediante la autopsia cerebral se puede establecer
el diagnóstico del tipo de demencia. No obstante, tanto la
clínica (lo que le pasa a la persona) como la neuropatología
(lo que se encuentra en el cerebro en la autopsia) son variables
[6],
y por el momento no se ha podido definir un patrón clínico
ni neuropatológico inequívoco y definitivamente discriminador.
Es por ello que los manuales diagnósticos consideran que
“el diagnóstico de demencia tipo Alzheimer se hace
habitualmente por exclusión, tras descartarse otras posibles
causas de demencia” (APA:
144) |
3 - El acto médico.
|
Debido al hecho de que no
existe un marcador diagnóstico específico y dado que,
aunque exista una alteración cognitiva, sólo se diagnostique
demencia senil cuando hay una alteración en el funcionamiento
social, gran parte del diagnóstico depende de la información
familiar. La alteración funcional se considera, pues, la
verdadera esencia de la demencia senil. Por ello, la información
que vierte la familia es el instrumento más importante para
la detección y evaluación de la demencia [7].
Entramos, entonces, en un terreno ambiguo, por el elevado grado
de subjetividad que presenta: el profesional construye gran parte
del diagnóstico a partir de la información que obtiene
de la palabra de los informantes familiares y depende en grado sumo
del juicio de éstos.
La visibilidad de la demencia, para el clínico, deviene
del comportamiento “incoherente” del sujeto que la padece.
La representación biomédica de una persona con demencia
se describe así en los manuales diagnósticos: “pobreza
de instrospección y juicio crítico. Los sujetos pueden
tener o no conciencia de la pérdida de memoria o de otras
anomalías cognitivas: pueden hacer valoraciones poco realistas
de su capacidad y hacer planes sin tener en cuenta sus déficits
o desestimar los riesgos implicados en algunas actividades (por
ejemplo conducir) (…) Algunos sujetos con demencia muestran
un comportamiento desinhibido, que incluye bromas inapropiadas,
descuidando su aspecto personal y la higiene, mostrando una debida
familiaridad con extraños o despreciando las normas sociales
que regulan el comportamiento social” (APA,
1995: 141-142)
La entrevista diagnóstica con los familiares es, entonces,
el auténtico campo de batalla donde se ponen en juego los
mecanismos de apropiación institucionales con los que se
pretende convertir el síntoma en signo; lo subjetivo en objetivo;
lo íntimo en público. Cuando la medicina no dispone
de marcadores explícitos que patentizan la presencia de la
enfermedad, inicia un movimiento de subsunción de factores
tradicionalmente asignificativos que le van a permitir alterar provisionalmente
las reglas del juego. La información vertida por familiares
o enfermos, sistemáticamente ignorada en enfermedades en
las que se dispone de marcadores exactos, deviene ahora central
en el proceso diagnóstico.
Idealmente, los médicos están en condiciones de definir
lo normal y lo patológico en términos de mirada médica
experta sobre el organismo y sus efectuaciones. Su capacidad profesional
los pone en disposición de conocer qué es aquello
que, en el cuerpo, no se ajusta a su finalidad más propia,
que es la vida. Sin embargo, en las patologías demenciantes
nos encontramos que la gran mayoría de indicadores a disposición
del facultativo son de carácter conductual, motivo por el
cual se ve impelido a extrapolar las categorías normal/patológico
propias de la esfera fisiológica en la esfera social. Y,
así, al margen de las dificultades que existen ya para establecer
de un modo objetivo lo que sea una alteración de conducta,
se añade ahora la carga subjetiva que incorpora todo médico
a nivel individual. Entran en juego, de este modo, factores claramente
ético-culturales.
La evaluación diagnóstica es, a grandes rasgos,
un proceso de biologización de determinadas conductas. Lo
que está en juego aquí no es la consideración
de normal o anormal de un cierto tipo de comportamiento. En la mayoría
de ocasiones, la primera sospecha diagnóstica arranca del
profesional de primaria, quien detecta una singularidad clínica
distinta de la que ha motivado la consulta del paciente. Pero también
es cierto que no son raros los casos en los que los propios familiares
detectan una anormalidad conductual y propician una visita médica.
Lo relevante aquí es, en cualquier caso, los mecanismos de
autoridad y apropiación mediante los cuales el saber médico
está legitimado para dictaminar sobre lo normal y lo patológico
en la esfera social. Cuando el médico se sirve de unos valores
propios o corporativos para establecer un diagnóstico y este
diagnóstico es aceptado por el público, aquél
está construyendo, imponiendo o proyectando una norma social.
La alteración funcional (como esencia de la demencia senil),
entonces, no emerge como cosa en sí, sino como actos que
son construidos a partir de la materia social e interpretados desde
este orden. Serán, por lo tanto, determinados valores los
que hagan la gran mayoría de los síntomas de la demencia
senil. |
4 - Divergencias en el saber
biomédico |
La demencia senil aparece
como un fenómeno contradictorio. Ni en todos los sistemas
médicos la demencia se contempla como síntoma de patología
(Downs, 2000; Hisiao-Rei,
1999; Ikels, 1998) ni, aunque
existen tendencias homogeneizantes en el saber biomédico,
éstas no impiden que podamos encontrar aparentes incoherencias
internas en las representaciones biomédicas de la demencia
senil. Por un lado, el saber biomédico la clasifica, desde
hace tres décadas, como patología. Sin embargo, se
encuentra con las limitaciones de que ni la puede definir con precisión,
ni puede solucionarla.
Por otro lado, se da el caso que la demencia senil es una enfermedad
emergente (Uribe, 1996) y en
los planes de estudio de medicina, por lo tanto, no se contempló
hasta finales de la década de los ochenta [8].
Nos encontramos, entonces, que gran número de médicos
de atención primaria y de la medicina especializada no están
adiestrados en la demencia senil como enfermedad. En estos casos,
los profesionales manejan las representaciones y prácticas
socioculturales relativas a la demencia senil, a la vejez, a la
normalidad y a anormalidad construidas en su proceso de socialización
no profesional. Gran parte de médicos de primaria comparten
la representación que concibe el deterioro senil como una
situación normal asociada a la edad, en lugar de síntoma
de una patología: “Pilar, tiene 82 años;
¿qué quieres? Chochea” comenta un médico
de primaria. En este sentido, los facultativos casi indistintamente
pueden utilizar los términos “demencia senil”,
“problemas de riego sanguíneo” o “arteriosclerosis”
(los dos últimos en desuso en el ámbito de las neurociencias)
para designar un deterioro de la persona asociado a la vejez y,
por lo tanto, inevitable.
Y, aún cuando estos profesionales sí hayan sido
formados en demencia, el origen especializado de las redefiniciones
constantes, que se realizan a partir de los enunciados que la definen
y de las enfermedades que la causan, así como el ritmo lento
con el que esta información es trasmitida, provocan que la
representación de la demencia senil por parte de la biomedicina
choque con la concepción que la medicina “super-especializada”
destila y brinda [9].
Los criterios que definen la patología se están fijando,
cambiando y definiendo día a día. Esto supone una
reformulación que exige al médico de familia, al especialista
y a la población en general una reordenación constante
de lo que es la salud y la enfermedad. |
REPRESENTACIÓN POPULAR
DE LA DEMENCIA SENIL |
1- La demencia senil: la
normalidad de la anormalidad. Aquellas personas mayores “raruchas”,
“desmemoriadas”, “distraídas”...
aquellas personas que tienen una “demencia normal” |
La representación popular
dominante es aquella que utiliza el término “demencia
senil” asociándolo al deterioro físico y cognitivo
y a la decrepitud en general.
Las características que definen la representación
“demencia senil” desde el discurso biomédico
son consideradas desde el discurso popular, sin embargo, como hechos
naturales en las personas mayores. Lo que para el discurso biomédico
son síntomas, para el popular son cuadros que, aún
cuando se asocian a la demencia senil y al comportamiento demenciado,
no se consideran el resultado de una enfermedad, sino un proceso
normal asociado al envejecimiento: “Llámale chocheo,
demencia, ... lo que quieras, es algo de una persona mayor. Se le
secan las neuronas. Mi padre se ha hecho mayor y nada más!”
Desde el discurso popular, la demencia senil aparece no sólo
como un hecho normal, sino como una realidad fáctica, como
un fenómeno con el cual se convive, o se puede convivir,
en la vejez. Incluso, en este sentido, lo considerado anormal, por
poco frecuente, es que en la vejez la persona mantenga intactas
sus capacidades tanto físicas como cognitivas: “té
93 anys però té el cap claríssim!; “tot
i que va morir als 87 anys, raonava perfectament” .
En este caso, la representación de la demencia senil remite
a normalidad social, incluso en un grado elevado de deterioro físico
y psíquico. Los sujetos comparan la demencia senil a la aparición
de arrugas de la piel o al proceso madurativo de crecimiento del
ser humano.
La demencia senil aparece como aparece la pigmentación
cutánea, la pérdida de reflejos, el encanecimiento
del cabello o cualquier otro aspecto asociado a la vejez. La demencia
constituye un hecho no sólo “normal”, sino “natural”.
Es algo socialmente normalizado.
El cuerpo de una persona, cuando
envejece, por el simple hecho de pasar los años, se deteriora,
y al igual que el cuerpo, la mente. Pensaba que lo que le pasaba
a mi madre es que era mayor y que perdía neuronas; que era
el envejecimiento normal.
Marta
Demencia senil la asocio a una persona
que es mayor y tiene una serie de deficiencias físicas y
psíquicas que van mermando su capacidad. A medida que uno
va creciendo llega un momento que alcanza una cima a partir de la
cual se va de bajada, se va degenerando (...) Veo la demencia senil
como una cosa normal, inherente al ser humano. No lo veo como algo
que se pueda erradicar.
Lucas
La demencia senil como situación derivada de la edad aparece
como un hecho natural. Esta naturalización asume y reconoce
la causalidad entre edad y deterioro, estableciendo una cohesión
entre ambas. Aunque se reconoce la demencia como un padecimiento,
junto a esto opera una categorización según la cual
esta anormalidad, que no patología, es lo normal en una persona
mayor. La normalidad, pues, de la anormalidad.
La demencia senil, desde esta representación, se ve como
una situación normal asociada a la vejez que, ciertamente,
muestra rasgos negativos, aunque éstos sólo son asumidos
como problemáticos cuando el estado o comportamiento de la
persona impacta en la dinámica y expectativas de vida de
los grupos domésticos donde ésta se inserta (espacio
laboral, de ocio, relaciones, etc.). La percepción negativa,
así como la posibilidad de pensar en un tratamiento médico,
surge cuando la estructura y dinámica familiar se trastocan.
Así pues, desde el discurso popular, el grado de demencia
no se define tanto por las funciones alteradas en sí, cuanto
por el resultado del impacto social de esta alteración. Lo
que motiva la aparición de un problema no es, pues, la cantidad,
sino la calidad del deterioro expresada en términos de la
repercusión familiar o social que provoca: “el
que és significatiu no són les pèrdues de memòria,
sino que no vol admetre que s'equivoca”; “el problema
no es que no se acuerde de dónde guarda las cosas, sino que
cuando no las encuentra se cree que se las he escondido yo”.
De la misma manera, una alteración en la capacidad de abstracción
que, por ejemplo, impida reconocer el valor del dinero se considera
menos deterioro en aquella persona que no lo utiliza o lo utiliza
poco, que en aquella que, con la misma afectación, lo utiliza
y gasta mucho. El hijo de una persona diagnosticada de demencia
expresa la gravedad del estado de su padre en estos términos:
“si fos cosa d'uns quans euros no passaría res,
però és què ell continua invertint els diners
i no s'aclara. Vostè no estaría preocupada?” |
2 - El Alzheimer: “un
ser viu però que és mort” |
A diferencia de lo que ocurre
con la carga semántica del concepto “demencia senil”,
desde el discurso popular el término “Alzheimer”
va siempre ligado a patología. La mera enunciación
del término “Alzheimer” es fuente de consternación.
La evocación de la palabra (en tanto que diagnóstico
técnico) golpea el imaginario popular en tanto que remite
a la irrupción de lo terrible, a incertidumbre, a desestructuración,
a la anulación de la persona.
L’Alzheimer és l’enfermetat
del segle XXI. Estem molt esbarats amb aquest tema. És una
cosa que penses que a casa teva no et pot passar. És el pitjor
que et pot passar, perquè va en contra de tota llògica.
És monstruós, incomprensible per a mi, precisament
perquè no veig que la persona estigui malalta (...) L’Alzheimer
és destructiu, en el sentit que deteriora a la persona completament.
Penso que la persona arriba a perdre tant ... ¡tot!; tota
la part del cervell i tota la part del coneixement. És com
viure en un altre món.
Remei
La palabra impresiona. Son como
imágenes que te vienen a la cabeza, sin tener ni idea de
lo que es.
Marta
Como hemos visto anteriormente, desde el paradigma biomédico
se considera que la demencia senil es el síntoma de una enfermedad.
La medicina, hoy, no dispone de herramientas diagnósticas
lo suficientemente afinadas como para precisar el tipo de demencia
que sufre una persona, esto es, su causa. Aún así,
la representación popular que gira alrededor del Alzheimer
hace que la comunicación de un diagnóstico de este
tipo provoque un impacto superior que el provocado cuando se enuncia
cualquier otra causa de demencia senil.
Yo esperaba cualquier cosa excepto
Alzheimer. La palabra impresiona por todo lo que se asocia a ella.
Si me hubieran dicho que mi madre tiene cualquier tipo de demencia,
igual que el Alzheimer, pero sin utilizar esta palabra, no me pongo
como me puse [el día que se le comunico el diagnóstico
estalló a llorar]
Marta
La palabra Alzheimer es una palabra
que aún me cuesta digerir
Lucas
La comunicación del diagnóstico de Alzheimer es desestructurante,
dado que implica que la familia ha de realizar un cambio de representaciones
a la hora de dar significado a la vejez y al deterioro. No obstante,
al mismo tiempo que desestructura, el discurso del Alzheimer introduce
un nuevo orden de representación que permite manejar de nuevo
la situación, normalizándola:
Hasta que no hubo un diagnóstico
te aseguro que era un sin vivir. Era un sin vivir porque ves a tu
madre hacer cosas raras y, sin embargo, no eres capaz de ver que
tu madre nunca se había comportado así, ni de pensar
que eso pueda deberse a una enfermedad. Ves que ya no parece tu
madre, porque siempre ha estado por ti y ahora parece que no le
preocupas. Conocer el diagnóstico te relaja.
Marta
La excepcionalidad que, desde la representación
popular, está ligada al Alzheimer contrasta con la rutinización
que su diagnóstico produce a nivel biomédico. Bien
sea porque el Alzheimer es la demencia más diagnosticada,
bien sea porque su diagnóstico sólo se realiza por
ausencia de otra posible causa de demencia, lo cierto es que la
motivación o el interés que provocan en el experto
las demencias no Alzheimer son mucho mayores que las que provocan
el tipo de demencia que aquí nos ocupa.
La pérdida severa de memoria y la ausencia de conocimiento
y reconocimiento aparecen como características constantes
de la representación popular del Alzheimer. Mientras que,
en la práctica médica, funciona un criterio evolutivo
de la demencia senil (y, por tanto, también del Alzheimer),
que va de menor a mayor grado de deterioro, el discurso popular
coloca el peso de la definición de esta enfermedad en lo
que desde el discurso biomédico se considera su estado final:
la dependencia total y absoluta de la persona.
Uno de los informantes describe así a la persona con enfermedad
de Alzheimer:
Dicho a lo bruto, un vegetal
Lucas
Otro hace una descripción similar:
Jo veig que [la persona con Alzheimer]
és un ésser que viu però que és mort,
es veritat que és mort. Que no sap on és. ¡És
un moble!.
Emma
Debe señalarse que estos informantes tienen familiares diagnosticados
de demencia tipo Alzheimer. Uno de ellos, momentos antes y en la
misma entrevista, nos había dicho:
Últimamente veo más
los síntomas, y ya me digo: “esto es la enfermedad”.
Pero ella se hace la cama, hace esto, hace lo otro. ¡Me hace
incluso la cena! Llego de trabajar, se levanta y me hace la cena.
Lucas
¿Es esto una incoherencia? Aparentemente sí. Los
informantes tienen una representación del Alzheimer, en tanto
que concepto abstracto, que invariablemente va asociada a rasgos
severos, tanto físicos como psíquicos: “no
caminan”, “se'ls cau la baba”, “mirada
perduda”, ”no conocen”, “no
razonan”, etc. Ésta es la representación
dominante que conforma su imaginario. Sin embargo, enfrentados a
su situación particular, no tienen reparo en asumir que su
familiar padece Alzheimer aún cuando su comportamiento visible
no se corresponde con ninguno de los rasgos que consideran definitorios.
Existe, por tanto, una dificultad de la población para pensar
el Alzheimer más acá de los estados de deterioro avanzado.
A diferencia de la representación biomédica, la representación
popular del Alzheimer no da cuenta del proceso y orienta la mirada
exclusivamente a las características de la última
fase. Desde el discurso popular se identifican los primeros estadios
con la demencia senil en el sentido de normalidad (no patología);
el Alzheimer, en cambio, se asocia siempre sólo con las últimas
fases de la enfermedad. Un familiar relata lo que le pasa a su madre
utilizando esta representación dominante sobre ambos conceptos:
“fins a l'octubre tenía una certa demència
senil que tú, com a familiar, creus que es déu a l’edat,
a que té rareces. Ara ja té Alzheimer”.
En la misma línea, Emma (esposa de una persona diagnosticada
de Alzheimer) da cuenta de la diferencia entre ambas entidades:
La demència senil és
una cosa i l'Alzheimer n’es una altra. Segons el desenvolupament
[de la demencia senil] se’n van a dins del sac [del Alzheimer].
Jo no sé com serà aquest procés i si hi pot
arribar, o no, el meu marit.
Emma |
2.1. - Visibilidad del Alzheimer |
La mayoría de la gente
tiene la convicción de que posee el significado de la palabra
“Alzheimer”, motivo por el cual gran número de
personas no tiene reparos en asegurar que tal o cual individuo pudiera
estar o no afectado por la dolencia o, llegado el caso, impugnar
abiertamente un diagnóstico si no se ajusta a las categorías
comúnmente asociadas con la enfermedad. Un informante plantea
que no tiene problema en detectar a una persona con Alzheimer:
“no has de ser gaire llesta
per veure-ho ... la persona no sap on està ... és
un moble”
Emma
Sin embargo, el familiar de ese mismo informante ha sido diagnosticado
como enfermo de Alzheimer, aún cuando no parece satisfacer
las exigencias que la representación popular impone a esa
dolencia. Se da, entonces, una dialéctica que encuentra puntos
de fuga alternativos y contradictorios sin llegar a resolverse por
completo. El informante acepta la autoridad del diagnóstico
médico por lo que se refiere a la determinación de
su discurso práctico, y seguirá las pautas e indicaciones
que determinan los facultativos. Sin embargo, y al mismo tiempo,
rechazará un diagnóstico que, paradójicamente,
determina su modo de actuar.
L’Alzheimer és un ser
que viu i no viu i la demència senil és un procés
que va avall, més lent. Dedueixo: són com cosins germans.
Vaig veure persones a una residència que els hi queia la
baba, amb el cap penjant. Això sí que és l’Alzheimer.
Els que tenen Alzheimer els veig més inutilitzats, més
deixats, i els que tenen demència senil, en canvi, veig que
es belluguen una mica.
Però el teu marit està diagnósticat d’Alzheimer
i es belluga.
Però mira, què vols que et digui. Jo, al meu marit,
no me l’imagino amb Alzheimer. Me l’imagino més
amb demència senil.
Emma
La visibilidad del Alzheimer se hace más patente a partir
del espacio que se le ha asignado en nuestra sociedad: los centros
e instituciones de encierro. Alzheimer e internamiento residencial
son dos aspectos asociados en el discurso popular. Estos recintos
o dispositivos devienen espacios de luminosidad, de visibilidad
del Alzheimer, al tiempo que adscriben a los dementes un espacio
propio: “la persona que té Alzheimer és
una persona en una residència, no a casa”; “no
té Alzheimer, encare viu a casa” .
Los informantes dan cuenta, a menudo, de este espacio asignado
a las personas con Alzheimer:
La persona con Alzheimer es aquella
que está en una residencia.
Lucas
L’Alzheimer és viure
a hospitals, residències i coses rares.
Remei |
2.2. - El experto como creador
del Alzheimer |
Aún así, si
ahondamos un poco más, podemos observar que para que desde
el discurso popular se considere que una persona tiene Alzheimer
es necesario que exista un dictamen médico que así
lo certifique. El Alzheimer se hace visible a través de la
clínica. De lo contrario, el deterioro que presenta la persona
se considera demencia senil, en su acepción de normalidad.
En este sentido, el médico crea la enfermedad.
Antes hemos dicho que, en general, la gente posee el significado
de la palabra “Alzheimer”. Sin embargo, observamos que
esta posesión es más frágil que la del concepto
“demencia senil”: para clasificar individuos bajo este
concepto no se presentan mayores problemas; para etiquetar a alguien
como “enfermo de Alzheimer”, en cambio, suele ser preceptivo
un diagnóstico clínico. El deterioro es etiquetado
como Alzheimer en función de unos criterios y parámetros
que, en última instancia, son exclusivamente científicos.
La adscripción médica de una persona a la categoría
de “enfermo de Alzheimer” es la que, definitivamente,
crea en el individuo la dolencia. Por lo tanto, aquella persona
con deterioro que no sea evaluada por un médico no tiene
todavía Alzheimer; tiene, como mucho y en la mayoría
de los casos, demencia senil en su acepción de normalidad.
Un comentario, medio en broma medio en serio, realizado por el
representante de un laboratorio farmacéutico, ilustra meridianamente
esta construcción médica del Alzheimer “sólo
tienes osteoporosis si te haces una densiometría, y sólo
tienes Alzheimer si vas a un neurólogo”. |
3 - Poder biomédico:
cambio de representaciones y prácticas |
La familia (como representante
del discurso popular) del asistible casi siempre ha elaborado ya
un autodiagnóstico antes de llegar a la consulta. Después
de las entrevistas, exploraciones y pruebas llega el veredicto experto;
el diagnóstico médico que, en la mayoría de
casos, ha de hacerles cambiar de opinión, o matizar el significado
que, hasta entonces, han dado a la situación.
Las representaciones sobre la demencia senil y el Alzheimer varían,
en cualquier caso, con el dictamen médico. Desde el discurso
popular no se da importancia a los síntomas que la biomedicina
presupone asociados a la demencia: las pérdidas de memoria,
la falta de higiene, la mala alimentación, etc. Son alteraciones
que, como hemos visto, se relacionan con la edad e incluso con un
cambio en la manera de ser de la persona, pero no con el resultado
de una afección orgánica. “Pensava que era
l’edat i d’estar sola, que ella havia empitjorat”.
El diagnóstico médico obliga a un cambio de representaciones.
Las representaciones populares de “enfermedad” y “enfermo”
no sirven como elementos de comprensión cuando hay que enfrentarse
con un diagnóstico de algún tipo de demencia senil.
Por eso es muy corriente que algunos informantes, cuando hablan
de su familiar con, digamos, Alzheimer, aún reconociendo
que eso es una enfermedad, no tienen reparos en sostener, al mismo
tiempo, que “está muy bien de salud”.
Esta indeterminación de la categoría en la que cabe
adscribir a la persona diagnosticada provoca que los cuidadores
no tengan muy claros los modelos o guías de comportamiento
para hacer frente a la nueva situación.
Esto se debe a que la persona con diagnóstico de demencia
no se categoriza fácilmente como sano o como enfermo. No
está considerado como sano, pues se le prescribe una medicación
de por vida, pero tampoco como enfermo, en tanto que no necesita
cuidados físicos.
La familia se encuentra, pues, con un vacío de modelos
que le fuerza a adoptar los únicos elementos que se le ofrecen
al alcance: aquellos que le aporta el médico. El vacío
de modelos para dar significado a la nueva situación (esto
es, el paso de una representación popular de la demencia
senil a una especializada de Alzheimer o cualquier otro tipo de
demencia) favorece que, ante el diagnóstico, adopten las
premisas biomédicas casi sin cuestionarlas, aún cuando
se manifiesten dificultades para poder entenderlas.
“Ha millorat. Vull dir: no
és que hagi millorat, perquè sabem que no pot millorar,
però sí que fa més coses i que el seu percentatge
de puntuació [se refiere al resultado de las escalas de valoración
cognitiva que se utilizan para medir el grado de deterioro] ha pujat.
Si estava a 17, ha pujat a 22 punts.
Em dius que ella no pot millorar, però que la seva puntuació
és millor
Sí.
Cóm ho interpretes, això?
Sé que, per la seva malaltia ... tot el que ha perdut ja
no ho recuperarà
Però això ho saps? T’ho han dit?
M’ho han dit [rie]
Llavors, com interpretes que les proves li surtin millor però
que, en canvi, no millori?
A mi em va preguntar: “cóm la veus? La veus millor?”;
sí, jo la veig millor.
Lucia |
3.1. - El demente y el
umbral |
La familia se encuentra con
un diagnóstico y unas pautas de actuación que básicamente
se orientan a limitar al “demente” su potencialidad
más básica como persona: la capacidad de obra. Un
diagnóstico de demencia implica la presunción de la
pérdida de la capacidad de autogobierno y autocuidado de
la persona.
La persona con demencia queda relegada a una muerte social y,
para ello, con anterioridad, se la despersonaliza. Desde la biomedicina
se considera que, con la demencia senil, “dejamos de ser
quienes éramos para ser irreconocibles a los demás
y a nosotros mismos. Es un largo y penoso proceso de deterioro intelectual
que se inicia con el olvido de las cosas cotidianas para acabar
con la pérdida del yo” (Boada
y Tárraga, 2000; 585). La despersonalización,
pues, hace posible la muerte social y la fundamenta.
A partir de las transacciones con el saber biomédico, la
sociedad se hace eco de esta despersonalización: “No
me’n vaig adonar, fins Setmana Santa, que ja feia quatre anys
que tenia pèrdues i que jo havía perdut la mare. Hi
ha moments que la mare no és la mare i n’hi ha d’altres
que no sé fins a quin punt és una persona; si és
persona o no”; “era una bellísima persona i ara
et posa de seguida a cent i t’aguantes. Ha estat un bon marit
i un bon pare, i ara ha fet un canvi tan gran que no sé qui
es”.
En la práctica biomédica observamos que se trata
al demente como pura masa corpórea. Biológicamente
se mantienen vivos, pero se sitúan en una zona límite
en un umbral, entre la vida y la muerte. A la persona diagnosticada
de demencia se la coloca en un espacio en el que el cuerpo humano
es desligado de su estatuto político normal: se la consigna
a la muerte social. Al ser despojados de cualquier condición
política y reducidos a pura vida, los enfermos se convierten
en el más absoluto espacio biopolítico: donde tanto
la ocultación del diagnóstico, como los encierros
involuntarios o la participación en ensayos farmacológicos
sin su consentimiento, no se consideran delito.
Es aquí donde precisamente encontramos la mayor fuente
de conflictos entre el médico y la familia, puesto que esta
última se resiste a seguir la “pauta médica”
que prescribe incapacitar socialmente a su “familiar demente”
en todos los aspectos. Y es que los familiares ven al enfermo todavía
como persona, aún a pesar de las consignas que, procedentes
de los expertos, insisten (de soslayo) en negar esta condición. |
CONCLUSIONES |
Pivotan, en torno a la demencia
senil como fenómeno, dos discursos que no sólo son
heterogéneos, sino antagónicos. La demencia senil
es un factum que puede ser abordado desde un discurso popular
o desde uno biomédico. En cualquiera de las dos aproximaciones,
la constatación de una perturbación respecto de la
biografía histórica de la persona con demencia senil
es un hecho. Tanto en una como en otra concepción de la situación,
aparecen una serie de factores asociados al comportamiento individual
que significan una quiebra en la conducta que era la habitual del
sujeto hasta la irrupción de la flexión demenciante.
Sin embargo, el discurso popular observa la demencia senil como
una situación perfectamente normalizada, asociada a la edad
y, en muchos casos, desprovista de todo fatalismo. Desde el discurso
biomédico emergente, en cambio, el comportamiento derivado
de la flexión biográfica es claramente patológico
y, como tal, debe entrar en la mecánica socio-sanitaria planteada
desde las instancias médico-administrativas para hacer frente
a la enfermedad.
Nos encontramos con un fenómeno médico que presenta
unas particularidades que no se dan en ninguna otra patología:
hoy, en estos momentos, estamos asistiendo a un proceso de apropiación,
por parte del saber biomédico, de una situación que
hasta hace unas pocas décadas estaba perfectamente integrada
dentro de los mecanismos sociales domésticos o vecinales
(en cualquier caso, extra-sanitarios) diseñados tradicionalmente
para hacer frente a situaciones de este tipo.
Efectivamente, la demencia senil en tanto síndrome asociado
a una patología es una aportación médica de
la que se pierde el rastro si nos remontamos más allá
de 1980. No es extraño pues que, ante la juventud de la aproximación
contemporánea al fenómeno, el propio discurso médico
registre tensiones y contradicciones internas que no son otra cosa
que el fruto (todavía verde y amargo) del camino emprendido
desde entonces para hacer caer en la órbita sanitaria una
situación que tradicionalmente le había sido externa.
Así, como hemos visto, los especialistas en neurología
se enfrentan a serias dificultades para perfilar de un modo nítido
la vinculación entre las diferentes patologías descritas
y los síntomas por ellas provocados. De igual modo, y aquí
la escisión es aún más sangrante, creemos que
hemos dejado claro las diferentes concepciones que, dentro del estamento
médico, tienen los propios profesionales según ejerzan
en un nivel de atención primaria o en un nivel especializado.
Así, los médicos de cabecera, de medicina general
o de primaria consideran, todavía, que la demencia senil
es básicamente un trastorno asociado a la edad, mientras
que los neurólogos, neuropsicólogos y psiquiatras
empiezan ya a desvincular el síndrome de la cronología
biológica. Creemos que esta diferencia plantea desarrollos
de gran riqueza teórica sobre los cuales convendrá
profundizar. Desvincular la edad de la demencia puede interpretarse
como un movimiento estratégico para legitimar la intervención
clínica (desvinculación que actualmente se reclama
por algunos profesionales de la medicina especializada con la anulación
del adjetivo “senil” que acompaña al concepto
“demencia”).
Por otra parte, es relevante también considerar los procesos
que se están dando dentro del orden de la estructura social
que permiten que la demencia senil cambie su estatuto social y pase
a ser un episodio relativamente neutro a uno que, en la mayoría
de los casos, comporta derivaciones dramáticas. ¿De
qué modo ha cambiado la organización social para que
un síndrome tradicionalmente anodino se convierta en un auténtico
problema sanitario, familiar, económico? ¿En qué
medida la medicina se está haciendo eco de un problema que
le es externo o, acaso no será el propio saber biomédico
el que está colaborando, desde la producción de sus
discursos, con la problematización del síndrome?
En cualquier caso, lo que sí resulta claro es que el discurso
biomédico se encuentra en pleno proceso de apropiación
de la demencia senil. La posibilidad de investigar directamente
en los primeros estadios de este movimiento nos permite, desde una
posición privilegiada, advertir qué coartadas explícitas
e implícitas se están poniendo sobre la mesa para
dar cumplimiento a esta dinámica. Y así, hemos visto
que el ideal técnico-científico de objetividad y neutralidad
se hace añicos cuando observamos un poco más de cerca
los criterios diagnósticos de la enfermedad. La dicotomía
canónica entre normal y patológico que se esgrime
teóricamente para dilucidar la aparición de la enfermedad
no tiene, en este caso, mojones orgánicos a los que agarrarse.
Y, así las cosas, el discurso biomédico no duda en
biologizar, si se nos permite la expresión, la conducta socialmente
anormal. Una anormalidad que, por otra parte, resulta extremadamente
difícil de sistematizar a partir de componentes puramente
objetivos. En muchos casos, la desviación de la norma no
se mide por criterios estadísticos (por más que las
escalas de valoración lo pretendan) sino más bien
por apreciaciones personales y subjetivas bien del núcleo
familiar del presunto demente, bien del médico que tiene
ocasión de observarlo. Sucede, entonces, que esa “normalidad”
se convierte en normatividad.
En fin: la demencia aparece hoy como un nuevo objeto presente en
la mirada médica y, por extensión, en la mirada social.
Si la razón última de la práctica médica
es la curación de la enfermedad y el propio saber médico
reconoce el estatuto irreversible e intratable de la enfermedad
que nos ocupa, surge, entonces, una pregunta obvia: ¿Qué
interés podría tener la medicina por hacer suya una
situación que en ningún caso puede manejar? Sin embargo,
la pregunta, por razonable que parezca, no está bien formulada,
por cuanto implica hacer teóricamente propios unos prejuicios
técnicos que pertenecen a la aproximación médica
pero no a la antropológica. Nuestra intención es averiguar
si los mecanismos de poder que se ponen en juego tienen, como se
expresa desde el saber biomédico, un componente teleológico
(el fin de la medicina es la curación) o, por el contrario,
la auténtica dinámica médica es más
bien autorreferente. Si es éste el caso, resultará
entonces que el fin de la medicina es la medicina; que el objeto
de la práctica médica es generar más práctica
médica. Así, será verdad que los mecanismos
de poder que se pongan en juego no tendrán otra intención
que ampliar el dominio de lo patológico; convertir, cada
vez con mayor extensión, el conjunto de la vida en un fenómeno
esencialmente sanitario. El tema que nos ocupa es, en este sentido,
especialmente revelador. La apropiación biomédica
de la demencia senil, o de cualquier manifestación de decrepitud
que desde siempre se ha asociado a la edad provecta, supone reconvertir
la propia vida en un movimiento que deja de ser autónomo
y sometido a unas reglas inmanentes.
Las consecuencias de esta invasión biologizante sobre un
componente biográfico esencialmente personal comporta, precisamente,
la despersonalización de los individuos sometidos al control
técnico del profesional sanitario. El precio que hay que
pagar por la asimilación médica de todo el recorrido
vital es la consideración de la vida no ya como un sustrato
sobre el que cada individuo construirá las peculiaridades
que constituirán su esencia como persona, sino como la manifestación
más radical de lo humano.
En otro orden de cosas, es conveniente plantear también
por qué, originalmente, se empezó a hablar de “demencia
senil”. En la línea que apunta San Román, parece
que no será muy arriesgado plantear una lectura de este fenómeno
relacionándolo con los sistemas de clasificación y
representaciones sociales de la vejez. Así, la demencia senil
como resultado de una patología podrá considerarse
la consecuencia, y no la causa, de la estructura axiológica
de nuestra sociedad.
Hemos visto que las formas de representación se articulan
en una dialéctica de potencia desigual: el discurso biomédico
es claramente invasivo frente al discurso popular, y no dudamos
que tarde o temprano la representación que pretende imponer
se convertirá en hegemónica. Hemos visto, de igual
modo, que, al menos en esta fase estadial primeriza, el predominio
de un discurso sobre otro no obedece a los criterios de objetividad,
neutralidad y cuantificación que se esgrimen técnicamente
como parámetros científicos de verdad para establecer
el carácter fáctico de una propuesta explicativa.
Así pues, si el discurso biomédico no es, analizado
en profundidad, “sincero”, deberemos buscar los mecanismos
que permiten su asentamiento en otras partes distintas a aquellas
que fían el valor de verdad de un enunciado en la correspondencia
de su estructura con la realidad. Estas partes son los dispositivos
de poder y las formas de subjetividad. Y en estos territorios, nuestras
preguntas serán de un orden distinto a las que nos hemos
hecho hasta ahora. ¿Qué condiciones de posibilidad
se dieron en un cierto momento para que pudiera irrumpir la demencia
senil en tanto que patología? ¿Cuál es el orden
de conocimiento que acompañó e hizo posible la revisión
y recomposición del saber biomédico para que éste
se sintiera legitimado para apropiarse de una situación que
hasta entonces le era ajena? ¿En virtud de qué saber,
de qué poder, la demencia senil, en tanto que deterioro asociado
a la vejez, se convierte en competencia del médico? Se trata,
pues, de rastrear, siguiendo a Foucault, hasta encontrar el “grado
cero” de la historia de la demencia senil. Dar con ese gesto
constitutivo mediante el cual la realidad se transforma, y aparece
un nuevo horizonte de experiencia en el cual ya es posible establecer
una cesura entre vejez normal y vejez demenciada; gesto mediante
el cual la sensatez captura la insensatez senil y le arranca su
verdad de enfermedad. |
BIBLIOGRAFÍA
UTILITZEU EL BOTÓ "ENRERE"
DEL VOSTRE NAVEGADOR PER TORNAR AL LLOC DE LA CITA
UTILIZAR EL BOTÓN "ATRÁS" DE VUESTRO NAVEGADOR
PARA REGRESAR AL LUGAR DE LA CITA
USE "BACK" BUTTON ON YOUR NAVIGATOR TO RETURN TO THE CITATION
SPOT
|
Agamben,
G. (1998) Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida,
Valencia: Pre-textos.
American Psychiatric Association (APA)
(1995) DSM-IV. Manual diagnóstico y estadístico
de los trastornos mentales, Barcelona: Masson
Bermejo, F y Muñoz, D. (2002) “Demencia
y alteración cognitiva” in Molina, J.A. et al. (eds)
Manual de diagnostico y terapéutica neurológicas,
Barcelona, Viguera, pp. 127-144
Boada, M. (2001) “Elementos claves en
el diagnóstico, tratamiento y manejo de los enfermos con
demencia” in American Academy of Neurology, Neurology
Self-Assessment Program: Deterioro Cognitivo, Barcelona: Almirall
Prodesfarma, pp. 155-159
Boada, M. y Tárraga, L (2000)
“La enfermedad de Alzheimer y otras demencias y su tratamiento
integral” in Fernandez-Ballesteros (ed) Gerontología
Social. Madrid: Pirámide, pp. 447-479
Comelles, J.M. (1988) “Sociedad,
salud y enfermedad: los procesos asistenciales”, Trabajo
Social y Salud, 1988- Marzo.
Downs, M (2000) “La demencia senil en
un contexto sociocultural”, Archipiélago. Cuadernos
de crítica de la cultura; nº 44.
Foucault, M. (1961) Folie et Déraison.
Historie de la folie à l’âge classique.
Paris: Plon, pp. I-XI.
Escudero et al. (eds) (1996) “Contra
el diagnóstico”, Archipiélago, nº
25; 25-32
Foucault, M. (1999a) [1969] El nacimiento
de la clínica. Una arqueología de la mirada médica,
Madrid: Siglo XXI
Foucault, M. (2000a) Enfermedad
mental y personalidad, Barcelona: Paidos
Foucault, M. (2000b) [1961] Historia
de la locura en la época clásica. Tomo I y II,
Madrid: Fondo de cultura económica de España
Grups de treball del consell Asesor en Psicogeriatría.
(1998) Els trastorns cognitius i de la conducta en l’atenció
sociosanitària. Pla de Salut. Quadern 10. Barcelona:
Servei Català de la Salut.
Herrero, L, et al. (1985) Transtornos
psíquicos en la tercera edad. Barcelona: Hoechst Iberica
Hisiao-Rei, M (1999) “Decisión-Making
within the social course of dementia: Accounts by Chinese-American”,
Culture, Medicine and Psychiatry. 23, pp. 415-452
Ikels, C (1998) “The experience of Dementia
in China”, Culture, Medicine and Psychiatry, 22,
pp. 257-283
Martinez Hernaez, A. (1994) El
síntoma y sus interpretaciones. En los límites de
la psiquiatría y la antropología contemporáneas.
Tesis doctoral
Martínez Lage et altr (2002a)
“Enfermedad de Alzheimer” in Sociedad Española
de Neurología, Guias de demencias. Conceptos, criterios
y recomendaciones para el estudio del paciente con demencia.
(revisión 2002), Barcelona: Masson, pp. 41-71
Martínez Lage, J. M. (2002b)
“Memoria, vejez y la controvertida etiqueta diagnóstica
de leve deterioro cognitivo” in Martinez Lage, J.M y Berthier,
M (eds) Alzheimer 2002: teoría y práctica,
Madrid: Aula Médica, 37-68
Martorell, A (2003) “An Antropological
perspectiva of Alzheimer Disease” Geriatric Nursing,
24, pp. 26-31
Menéndez, E. (1981) Poder, estratificación
y salud. Análisis de las condiciones sociales y económicas
de la enfermedad en Yucatán, México: La casa chata.
Menéndez, E. (1990) “Antropología
médica en México. Hacia la construcción de
una epidemiología sociocultural” in Menéndez,
E. Antropología médica. Orientaciones, desigualdades
y transacciones, México: CIESAS, pp 25-49
Menéndez, E. (1992) “Modelo
hegemónico, modelo alternativo subordinado, modelo de autoatención.
Caracteres estructurales” in Campos, R (ed) La antropología
médica en México, tomo 2, México: Instituto
Mora, Universidad autónoma metropolitana, pp. 9-24
Menéndez, E. y Di Pardo, R
(1996) De algunos alcoholismos y algunos saberes: atención
primaria y proceso de alcoholización, México:
La casa chata, CIESAS
Morris, J et al. (2001) “¿Representa
la afectación cognitiva leve simplemente una enfermedad de
Alzeimer incipiente?”, American Academy of neurology. Neurology
Self-Assessment Program: Deterioro Cognitivo, Barcelona: Almirall
Prodesfarma, pp. 37-39
Orfanización Mundial de la Salud (OMS)
(1976) Decima revision de la Clasificacion Internacional de
Enfermedades: trastornos mentales y del comportamiento: descripciones
clinicas y pautas para el diagnostico, Madrid: Meditor
Rodríguez, J.A. (1984) “El
paper social dels profesionals en l’art de guarir”,
in, AAVV Antropología i salut, Barcelona: La Caixa
de pensions, pp 101-113
Sociedad Española de Psiquiatría
(2000) Consenso Español sobre demencias. Madrid:
Drug Farma
Uribe, J.M. (1994) “Promoción,
prevención y educación en salud. ¿Nuevos significantes
para viejos significados?" Jano, marzo, vol. XLVI,
18-24, num 1074; 77-82 Uribe, J.M
(1996) Educar y curar: el diálogo cultural en la Atención
Primaria, Madrid: Ministerio de Cultura |
UTILITZEU EL BOTÓ "ENRERE"
DEL VOSTRE NAVEGADOR PER TORNAR AL LLOC DE LA CITA
UTILIZAR EL BOTÓN "ATRÁS" DE VUESTRO NAVEGADOR
PARA REGRESAR AL LUGAR DE LA CITA
USE "BACK" BUTTON ON YOUR NAVIGATOR TO RETURN TO THE CITATION
SPOT |
NOTES |
1 - El presente
artículo ha sido elaborado a partir del trabajo de investigación
realizado por la autora y dirigido por Cristina Larrea, para la
obtención del Diploma de Estudios Avanzados. [tornar]
2 - Entrevisté a 5 personas con familiares
diagnosticados de demencia senil, en concreto de demencia senil
tipo Alzheimer. En la selección de los informantes no he
tenido en cuenta criterios de género (cuatro mujeres y un
hombre), ni la relación de parentesco con la persona diagnosticada
de demencia (tres hijas, un hijo y una esposa), ni la edad (entre
los 26 y los 64), ni los estudios académicos cursados (tres
universitarios y dos de bachillerato) ni el estrato socio-económico.
Los motivos: en una aproximación previa al objeto de estudio
observé que las representaciones sobre la demencia senil
variaban en función del conocimiento de la dolencia a partir
de una experiencia directa previa (por ejemplo, algún pariente
diagnosticado) y, también, en función del tiempo de
relación con la institución médica especializada
en demencias.
Es por ello que he seleccionado a los informantes entre aquellos
individuos que reconocían no haber tenido entre sus allegados
a ninguna persona diagnosticada “formalmente” de demencia
senil tipo Alzheimer y que, además, el tiempo transcurrido
entre la entrevista y la comunicación del diagnóstico
pudiera ser inferior a seis meses, por lo que el contacto con la
institución quedaba reducido al proceso de diagnóstico.
[tornar]
3 - La información que he obtenido a partir
de las entrevistas en profundidad han sido transcritas intentando
mantener la expresión de los informantes. Estas partes se
presentarán como cita textual separada del texto. La información
generada a partir de conversaciones informales y la generada en
la interacción del proceso diagnóstico, la he presentado
insertada en el texto, entrecomillada y cursiva. [tornar]
4 - En referencia a estas discrepancias entre
nosologías se han realizado estudios (dentro del ámbito
biomédico) sobre los criterios de ambas clasificaciones.
Éstos demuestran que la prevalencia de las cifras de enfermos
oscila en función de los criterios diagnósticos utilizados.
Baca (2001) recoge cómo, según el Canadian Study
of Health and Aging, sobre un total de 1800 personas y empleando
los seis sistemas más utilizados en los estudios epidemiológicos
sobre trastornos cognitivos en el anciano, se concluyó que
la dispersión de resultados es tal que éstos pueden
llegar a presentar valores 10 veces mayores según se aplique
uno u otro sistema clasificatorio. Con el CIE-10 la prevalencia
de la demencia en la muestra era del 3%, mientras que con los criterios
del DSM-IV subía al 29%. [tornar]
5 - El paradigma biomédico se encuentra
con la dificultad para establecer la frontera entre un proceso de
envejecimiento “normal” y uno “patológico”.
La premisa a seguir es que siempre que se presenten disfunciones
neuropsicológicas, deben considerarse como patológicas,
sea cual sea la etapa de la vida, aunque “su etiología
sea un proceso degenerativo común en las personas de edad
avanzada” (Herrero, 1985:
27-28). [tornar]
6 - Los hallazgos anatomopatológicos que
definen la enfermedad de Alzheimer (placas seniles y la degeneración
neurofibrilar) son alteraciones que también se han observado
en ancianos no dementes. (Sociedad
Española de Psiquiatría, 2000) [tornar]
7 - El hecho de considerar a la familia como informante
capacitado parte de dos premisas: por un lado, que el familiar es
la persona que mejor conoce a la persona a evaluar; por otro, que
la información que el familiar aporta es fiable: “si
la familia me dice que el paciente se hace caca encima, ¿porqué
no voy a creerla?” justifica un neurólogo. [tornar]
8 - A título anecdótico cabe destacar
que no es hasta 1985 cuando la considerada “obra cumbre”
de la neurología –Handbook of Clinical Neurology-
menciona la demencia senil por primera vez. Sin embargo, le dedica
15 de sus 35 capítulos. [tornar]
9 - Esta situación la podemos observar
en los impresos de derivación (los volantes) que remiten
los médicos de atención primaria a los servicios especializados.
Estos volantes, muestran un saber médico que utiliza definiciones
técnicas que no pueden ser explicadas teóricamente,
ni utilizadas técnicamente por los expertos en neurociencias.
En estos volantes de derivación podemos encontrar, a modo
de ejemplo, anotaciones como:
“Valorar posible demencia
senil o Alzheimer”, [cuando desde las neurociencias el
Alzheimer es un tipo de demencia senil]; “Valorar Demencia
Alzheimer mixta” [si es demencia Alzheimer, no puede
ser demencia mixta pues “Alzheimer” es una única
entidad noseológica y “Mixta”, otra]; “Mujer
de 71 años con deterioro importante presenil”
o “persona de 79 años con demencia presenil”
[la demencia presenil es aquella que se desarrolla antes de la edad
de 65 años, después de esta edad se considera demencia
senil]. [tornar]
|
ABSTRACT
|
|
|