Lo que sigue es un comentario-reflexión sobre la obra-investigación
de Ernesto de Martino La terra del rimorso (de Martino 2000).
Y pretende ser algo más: un modesto rastreo sobre nuestro
autor, su obra y la técnica y metodología seguida
por él en la obra citada; y de paso un reconocimiento a su
talla intelectual y a su fascinante paradigma interpretativo (1).
Como ocurre muchas veces con otros autores y obras, ya sea por desinterés
o por desconocimiento (aunque lo primero suele ser consecuencia
de lo segundo), la obra de Ernesto de Martino no ha sido tenida
demasiado en cuenta en nuestro país (y no sólo en
nuestro país) hasta fechas recientes. Prueba de ello es que
la primera edición en España y en español de
La tierra del remordimiento data del año 2000, es
decir cuarenta y un años después de que se llevase
a cabo la investigación.
El trabajo de de Martino versa sobre el tarantismo apuliano, un
peculiar fenómeno cultural consistente en la cura ritual
de la -supuesta- picadura de la tarántula, que convierte
en "atarantada" a toda persona que la sufra (en
unas condiciones y en un contexto determinado: cuando se hizo la
investigación, afectaba a los campesinos analfabetos de Apulia,
lo que es en el mapa el tacón de la bota de Italia). Un fenómeno
no muy conocido que si ocupa algún lugar en el conocimiento
de la gente sólo lo hace indirectamente y a través
de lo que en realidad seguramente sea su consecuencia: la tarantela,
la danza folclórica (y folclorizada) que toma su nombre y
su forma de los compases músico-coreicos que se siguen durante
el ritual.
Aunque el trabajo de de Martino se centra en el tarantismo, cuyo
horizonte es algo mayor que el de la misma tarantela, no deja de
ser un fenómeno muy localizado; de ahí la importancia
de la obra. No olvidemos que su estudio no es sobre la vida en el
sur de Italia -ni siquiera sobre la de una parcela determinada de
ese sur, como es el caso de la tierra de Apulia-, ni es un estudio
comparativo, tipológico o del tipo que sea, sobre los bailes
rituales de tipo extático que se dan y se han dado en innumerables
partes del mundo. De hecho, aunque haga referencia a ellos, de Martino
ni siquiera se centra en los fenómenos de este tipo que se
dan en las sociedades tradicionales surmediterráneas o, a
un nivel un poco más amplio, en las de la Europa septentrional.
Su trabajo parte de la observación del tarantismo como fenómeno
ritual exclusivamente circumscrito a la península Salentina,
y del papel culturalmente condicionado y liberador que aún
jugaba en la sociedad salentina cuando realizó la investigación
en 1959.
Sin embargo, La tierra del remordimiento, tanto por lo que
se refiere a su ubicación geográfica más
allá de la obra que la estudia y le da nombre (de Martino
2000: 11-16), como por lo que se refiere a ésta última,
"no se considera en su aislamiento local", porque quiere
referirse y estudiar un fenómeno que sobrepasa de largo las
fronteras geográficas y culturales a las que hemos hecho
referencia. Partiendo del tarantismo como un aspecto determinado
y muy localizado de la vida cultural del sur de Italia, el objetivo
es desentrañar, en el marco de una investigación -según
él mismo dice- "histórico-cultural e histórico-religiosa",
el sentido y alcance del fenómeno en épocas pasadas
(que era mayor que en el momento en que se realizaba la investigación),
y en última instancia su origen histórico. En este
sentido, la investigación etnográfica, instrumento
básico para enmarcarlo social y culturalmente, en un momento
en que se mostraba fuera de lugar no era suficiente y había
que recurrir a lo que él llama "documentación
diacrónica".
En cuanto a la metodología seguida por de Martino, es preciso
señalar que se inscribe en una tendencia, visible más
allá de las fronteras de su país, a dotar a la historia
como disciplina de una legitimidad que había perdido en la
transición entre el s. XIX y el XX. Se puede decir, generalizando,
que en esa época, de gran efervescencia científica,
la historiografía había quedado reducida a una mera
recogida de datos. Frente a la positividad de las ciencias duras,
e incluso de las demás ciencias sociales y humanas, a la
historia le estaba vetada la interpretación, se tenía
que limitar a archivar hechos, sin preocuparse por hallar
sus causas, su razón de ser: de ello, de un modo u otro,
ya se encargarían las ciencias puras (y duras). Sin
necesidad de que existiese una comunicación entre ellos,
tras el primer cuarto del siglo XX, surgían en Europa varios
focos de reacción a esta tendencia. Varios de ellos los cita
de Martino mismo: es el caso, entre otros, de la filosofía
de la historia crociana, o del marxismo culturalista de Gramsci,
de los que se reconoce deudor; o de la escuela de Les Annals de
Bloch y Febvre (también cita a Marrow y a Dewey; de Martino
2000: 23-24). Por otra parte, creo que es pertinente incluir en
este grupo, aunque de Martino no habla de ella, a la tradición
historiográfica británica surgida en el período
de entreguerras bajo el estímulo de intelectuales marxistas
como Maurice Dobb y Dona Torr: en ella han dejado su estela, entre
otros, influyentes historiadores como Edward P. Thompson, Christopher
Hill, Eric J. Hobsbawm o Raphael Samuel.
Esa reacción, no motivada siempre por los mismos motivos
e incluso, como he dicho, quizá sin ningún tipo de
influencia mútua inicial, coincidía en sus postulados
en dos aspectos fundamentales: la necesidad de aplicar un enfoque
holístico al estudio de la historia, que en algunos
casos requerirá de la colaboración de otras disciplinas,
y la concomitancia del compromiso del historiador con el presente
que vive y por tanto con la historia que elabora desde él.
Si el presente es el resultado del pasado que se pretende reconstruir,
y el pasado solo se puede explicar desde un determinado presente
y desde una determinada óptica, el compromiso del historiador
es doble: conociendo los procesos que han llevado a ese presente,
el investigador del pasado ha de estar necesariamente comprometido
con la corrección de los errores e injustícias
del presente que vive; por otro lado ha de reconocer y justificar
en sus debidos términos su implicación en el proceso
de construcción de ese pasado. De ahí el compromiso
político de la mayoría de estos investigadores: hay
que tener en cuenta que varios de ellos seguían una orientación
marxista en sus investigaciones y estaban vinculados a los partidos
comunistas de sus respectivos países: así los historiadores
británicos, Gramsci, o el mismo de Martino; Bloch se enroló
en la resistencia francesa contra el nazismo (acabando su vida detenido,
torturado y fusilado), y Febvre tuvo que huir tras el estallido
de la II Guerra Mundial. Gramsci, por su parte, como muchos intelectuales
italianos antifascistas que sufrieron algún tipo de destierro,
sufrió un cruel destierro carcelario y, de hecho, acabó
sus días entre rejas. En la cárcel escribió
gran parte de su obra.
Su concepción abarcante de la historia hizo que Marc Bloch
y Lucien Febvre hablasen de la "historia total", o Gramsci
del "bloque histórico". Mientras los primeros consideraban
fundamental para la comprensión global de la historia la
colaboración con otras disciplinas como la sociología,
la economía, la estadística etc. (es importante recordar
que coinciden en el tiempo con la eclosión de la sociología
de Durkheim), Gramsci imprimía a su obra un carácter
sociológico y rehuía el determinismo económico
del marxismo ortodoxo enriqueciéndolo con la noción
de que la opresión capitalista sobre las clases subalternas
se extendía al terreno de lo cultural, ejerciendo
lo que hoy Bourdieu llama la "dominación simbólica"
(2).
De Martino por su parte, además de reconocer la influencia
que en él ejerció Benedetto Croce, "pues para
bien y para mal, [la] había ejercido en [toda] la vida cultural
italiana", recoge la noción del folclorista Pitrè
de las dos historias, la de los dominadores y la de los dominados,
matizada por las permeabilidades que en ella introdujo Gramsci con
su concepto de "hegemonía", y que él mismo
reformuló (de Martino 2000: 17-31). Desde la particularidad
de su propia tradición, sobretodo en lo que se refiere a
uno de los dilemas principales de la vida intelectual italiana,
la "cuestión meridional", Ernesto de Martino se
incribe en la corriente europea que desde principios del siglo XX
trataba de reedificar el método historiográfico en
base, entre otras cosas, a la introducción de otras dimensiones
interpretativas y a la colaboración interdisciplinaria.
De Martino reconoce en Gramsci el primer intento por abordar seriamente
el estudio del catolicismo en el sur de Italia como elemento básico
en la reconstrucción de la peculiaridad de la vida cultural
de ese sur; si Pitrè y la tradición de estudios folclórico-religiosos
por él forjada pecaba de aislacionismo, es decir,
de tratar el mundo de la religión popular como algo autónomo
y paralelo al otro mundo, el de la religión oficial,
Gramsci significa el primer intento por reintegrarlo en sus interdependencias
con el mundo oficial, el mundo de la alta cultura, y en definitiva,
por abordar el tema introduciendo la dimensión sociológica
(de Martino 2000: 17-31). El arranque de esta tradición meridionalista,
de Martino lo sitúa en las correrías misioneras de
los jesuitas contrarreformistas en el siglo XVI: en sus expediciones
por el sur de Italia, contemporáneas a las que se realizaban
en todo el mundo con vocación evangelizadora, los jesuitas
hablan del lugar, para mostrar el abandono y "retraso"
que sufre, como de la "India italiana". Lo que es una
muestra de que de antiguo viene la precariedad en la que han estado
sumidas esas tierras, en gran parte debido a la desatención
prestada por quienes políticamente estaban a cargo de ellas;
y de que también de antiguo viene el interés de toda
cabeza pensante que tenga noción de ella, por esa tierra
dejada de la mano de Dios (3).
En vistas a que la mayoría de la literatura meridionalista,
ya sea de denuncia o no, elude y/o no se percata de la importancia
del fenómeno idiosincrásico de la religión
en el sur, y a que incluso la que en él se centra no lo hace
de una manera integral (hasta los conatos de Gramsci), de Martino
se propone, en consonancia con intentos paralelos al suyo en Italia
misma, enfocar la "cuestión meridional" como un
problema religioso. Y es ahí donde entronca con la multicéntrica
corriente historiográfica europea antes citada: también
nuestro autor asumió un compromiso político y social;
formó parte del Partido Comunista Italiano y participó,
entre otras cosas, en el "movimiento del renacimiento y la
emancipación del Mezzogiorno en los años posteriores
a la segunda guerra mundial" (de Martino 2000: 23) organizando
a los campesinos en su lucha. Pero para esa "acción
transformadora", como a veces dice en La tierra del remordimiento,
era necesaria una previa clarificación concienzuda y rigurosa
de la "cuestión meridional", que pasaba por una
definitiva consideración de ésta como un problema
religioso, o al menos por la consideración del elemento religioso
como fundamental en la vida cultural del sur de Italia (de Martino
2000: 17-31). Así aunaba de Martino compromiso y labor intelectual,
investigadora y académica.
En resumen, la conclusión a la que llega nuestro autor es
que es necesaria la elaboración de una historia religiosa
del sur italiano. Y a ello dedicó toda su obra. En particular,
tras la investigación sobre el tarantismo apuliano que plasmó
en La tierra del remordimiento, concluyó que había
que considerar el tarantismo como una religión "menor",
entendiendo por menor que no alcanzó la difusión de
las grandes religiones ni su complejidad. Una religión menor,
pero no por ello menos religión, ya que existió durante
siglos en un entorno cultural en el que gozaba de plena autonomía
-y así lo ha hecho hasta el momento de la investigación
de de Martino, en que, a su juicio, dada su disgregación
estaba condenada a desaparecer-, gracias a la colaboración
del poderoso símbolo de la tarántula, que, en función
de su orientación a la resolución ritual de las crisis
psicológico-existenciales de los miembros de la sociedad
salentina, comporta un ethos, es decir, una voluntad mediata
de historia, un proyecto de "vida en común", un
afán por salir del aislamiento neurótico para participar
en un sistema de fidelidades culturales y en un orden de comunicaciones
interpersonales acreditado tradicionalmente y compartido socialmente:
un ethos elemental e históricamente condicionado, ciertamente
"menor" en la vida cultural del sur de Italia, pero que
aún así permite calificar el tarantismo de "religión
del remordimiento", y de "tierra del remordimiento"
la pequeña zona de nuestro planeta donde existió durante
varios siglos esta religión "menor" (de Martino
2000: 191)(4).
Veamos lo que el mismo de Martino dice, en relación a la
consideración de religiones "menores" y "mayores",
en otra obra suya respecto de la magia lucana (5):
sólo en relación
con la estrechez del tecnicismo y, sobre todo, con la pobreza de
valores, hablamos de "magia" a propósito del nivel
más bajo [la magia ceremonial], así como solamente
en relación con la complejidad del momento mítico-ritual,
y sobre todo con la elevación de los valores mediatos, hablamos
de religión a propósito del culto católico
[la misa, el corazón mismo de la vida religiosa hegemónica]
(de
Martino 1965. Tomado del original E. de Martino, Sud e magia, pags.
110-129, Milano, Feltrinelli, 1960).
Veamos ahora cómo llega a este y a otros tipos de conclusiones
respecto del tarantismo; en base a qué y cómo pone
en práctica lo que hemos considerado un paralelismo metodológico
con ciertas efervescencias académicas e intelectuales que
surgían más o menos simultáneamente en otras
partes de Europa; y cómo soluciona y justifica lo que él
llama sus implicaciones "pasionales" en el objeto de estudio,
la vida religiosa de los campesinos -y en otras épocas no
sólo campesinos- de la península salentina.
En el ámbito de las ciencias sociales en general se ha entendido
a veces que el investigador debía de mantenerse emocionalmente
distanciado de su objeto de estudio. Y esta percepción ha
sido particularmente aguda en la historia, y aún más
en la antropología, que son dos de las principales facetas
de nuestro autor. De hecho, este presupuesto ha perturbado el debate
antropológico desde la fundación de la disciplina
como ciencia moderna a finales del s. XIX, hasta el punto de que
se ha llegado a negar la posibilidad de obtener datos fiables para
su posterior recopilación y sistematización, por el
supuesto inconveniente -por otro lado prácticamente irresoluble-
de la mera presencia física del investigador en el lugar
en que se encuentra su objeto de estudio, que tradicionalmente han
sido las sociedades ajenas al mundo occidental y que, fundamentalmente
desde hace algunos decenios, se ha trasladado a la sociedad del
propio antropólogo, que es además la sociedad fundadora
de su disciplina. La relativamente reciente vuelta de la mirada
etnográfica hacia el propio mundo, hacia el nosotros, ha
añadido aún otro escollo a las aspiraciones de la
disciplina antropológica (6):
si ya no existe ni la mínima distancia necesaria entre investigador
e investigado, ¿cómo vamos a poder sustraernos a nuestras
inclinaciones, a nuestras pasiones, a nuestros odios o amores hacia
el objeto de estudio, si lo que queremos es, precisamente, objetivarlo?
Se puede decir que esto es un auténtico trauma que arrastra
la antropología como disciplina; un trauma que de hecho es
-básicamente- como un "punzante remordimiento"
por el pasado colonial que no se ha conseguido resolver (de Martino
2000: 18. Citado de C. Lévi-Strauss, Tristes tropiques).
Y cabe preguntarse -siguiendo con la jerga psicoanalítica-
si no se ha resuelto porque esa lacra de la propia biografía,
en lugar de afrontarse con valentía, se ha obviado, rehuido
o simplemente enmascarado, con el resultado de que vuelve neuróticamente
y "remuerde" una y otra vez, como la tarántula
que vuelve y "remuerde" cada año a los pobres y
analfabetos campesinos apulianos cuya biografía, cuya historia
de conflictos, en cambio, les es imposible revivir y resolver más
allá del horizonte deshistorificador pero estacionalmente
resolutivo del ritual del tarantismo. Por el contrario, la historia
del paciente-antropología sí que es posible revivirla
(recordemos de la doble acepción del término "remordimiento"
que de Martino hace, la más convencional), aunque, finalmente,
para hacerlo manifiesta y definitivamente haya tenido que volver
por sí sola encarnada en los embistes de algunos de los antropólogos
-y no sólo antropólgos- surgidos de las antiguas colonias,
del llamado "tercer mundo".
No es que esta bofetada que ha recibido la antropología
al modo de un boomerang, en tanto que devuelve el ataque
que la civilización de la que surgió lanzó
al mundo no-civilizado, sea algo nuevo. El mismo de Martino,
hace ya cincuenta años, anticipándose a las polémicas
posmodernas, planteó el inconveniente de la presencia
extraviada del etnógrafo entre unas poblaciones a sus
ojos exóticas a las que había mitificado y situado
fuera de la historia, y que le habían hecho ver que, de hecho,
la propia historia occidental era un mito (Lévi-Strauss).
Paradójicamente, del eminente supuestamente anti-humanista
etnólogo francés, toma prestadas ciertas premisas
-o al menos las descubre como propias- para la construcción
de un nuevo humanismo que vaya más allá, como dice
Amalia Signorelli, "de los límites del humanismo occidental,
para fundar y garantizar un nuevo, y más humano, 'estar en
el mundo'" (Signorelli 1999: 13). Un humanismo impregnado de
caracteres existencialistas que, pese a sus diatribas con Sartre,
Lévi-Strauss mostraba en la retórica de su Tristes
tropiques, y que a de Martino, junto con el desencantamiento
de los presupuestos epistemológicos históricos de
toda la ciencia y el pensamiento occidental, le servían para
justificar tanto su incómoda presencia en casa de otros y
los presupuestos teóricos en que enmarcaba sus análisis,
como su compromiso político y social de "acción
transformadora".
Ciertamente su postura es controvertida, pues no se propone sólo
investigar, sinó transformar esa realidad que investiga (que
en su caso es el sur de su país). Aún más,
se propone investigar para luego poder transformar, aplacar el retraso
de sus compatriotas. Algo que puede sonar a la dialéctica
propia de quien se cree por encima de otros y cree que tiene
la solución a sus problemas; algo propio de quien en toda
la historia y en todos los lugares, con unas ciertas lógicas
y maquinarias imperiales e imperialistas, se ha impuesto a pueblos
vecinos y no tan vecinos. Y eso hicieron los antropólogos
en la época de las administraciones coloniales, al servicio
de las cuales -almenos algunos- estaban. Pero no hay que olvidar
que la preocupación de de Martino era hacer un hueco en la
historia a unas gentes que no lo ocupaban por estar a medio camino
entre el pasado y el presente, pero que no vivían
en ninguno de ambos. Gentes olvidadas a las que ni siquiera dejaban
vivir según su antiguo sistema (he ahí el ejemplo
de la disgregación del ritual del tarantismo) y que, sin
embargo, estaban incapacitadas para vivir según el nuevo
(piénsese que la mayoría de los atarantados eran analfabetos).
En cualquier caso, de Martino deja bien claro que para él,
la hora de la investigación y la hora de la acción
ocupan tiempos distintos. Otra cosa son las pasiones del etnógrafo
y/o historiador, que no solo cree inevitables, sinó que considera
necesarias: esas pasiones que le empujan a escoger un determinado
objeto de estudio y, más tarde, forzosamente, a cuestionar
el propio sistema. De no ser así, dice, "correría
el riesgo de parecer un recogedor de 'desechos', con un comportamiento
excéntrico como la gente a la que estudia [ya sea de sociedades
primitivas o de fracciones rezagadas de nuestras sociedades],
y tan irrelevante en su asidua labor erudita como las abstrusas
y triviales listas de 'usos y costumbres' que se dedica a compilar"
(de Martino 2000: 20-21).
La investigación que de Martino recoge en La tierra del
remordimiento nace de la voluntad de hacer una "contribución
molecular" a la historiografía religiosa del sur italiano.
Según dice, esa vocación ya existía en él
antes de iniciar la investigación sobre el tarantismo, pero
un acontecimiento particular le inclina a vincularla a esa historia
religiosa: es la contemplación de unas fotos de atarantados
con un comportamiento ciertamente excéntrico durante
una ceremonia presuntamente ritual en la capilla de San Pablo de
Galatina; una ceremonia y unos comportamientos que al profano le
parecerían completamente fuera de lugar. El sondeo de la
"documentación diacrónica" sobre el tarantismo
le acabaría de convencer de la necesidad de llevar a cabo
la investigación desde una perspectiva histórico-cultural.
Pero antes debía "saldar cuentas" con una perspectiva
que era la tónica interpretativa dominante en esa documentación
diacrónica sobre el tarantismo desde el siglo XVII. A pesar
de que según las épocas y sus respectivas modas
se habían dado una variedad de interpretaciones, la médica
era la predominante, así que antes de continuar con la investigación
histórica iba a ser necesario aclarar que la histórico-cultural
era la perspectiva de análisis adecuada. Es allí donde
radica la importancia de la empiria etnográfica. Si el resultado
era negativo, es decir si las crisis del tarantismo sólo
eran atribuibles a la picadura real de la tarántula y/o a
desórdenes psíquicos, la interpretación escapaba
de la juridicción del etnógrafo e historiador
de las religiones; el tratamiento del fenómeno debería
entonces quedar principalmente en manos del médico (8).
No obstante, se partía de la hipótesis de que el tarantismo
tenía que ser interpretado desde la perspectiva etnológica
e histórico-cultural: a pesar de la incidencia en la documentación
diacrónica de la interpretación médica, había
ciertos indicios que empujaban a ello.
En la línea de los Bloch, Febvre y compañía,
y recogiendo el testigo de Gramsci, de Martino se proponía
analizar el singular fenómeno religioso desde una interpretación
holística de la historia que hacía necesaria la colaboración
interdisciplinar. Así, por ejemplo, la colaboración
de un médico era esencial en la investigación de campo
para corroborar que los atípicos comportamientos que se disponían
a observar respondían, como hemos dicho, a un condicionamiento
cultural (9).
El equipo interdisciplinar, que encabezaba de Martino -pues su especialidad
era la propia del enfoque interpretativo propuesto-, lo completaban
una psicóloga, Leticia Jervis-Comba, que ayudaba al psiquiatra
y colaboraba particularmente realizando tests proyectivos a los
atarantados, un etnomusicólogo, Diego Carpitella, colaborador
habitual de de Martino en el campo de lo musical y encargado en
esta investigación del seguimiento del tarantismo en la etnografía
y en la documentación diacrónica en lo relativo a
la catarsis musical, y Amalia Signorelli, una antropóloga
discípula de nuestro autor. Además formó parte
del equipo una asistenta social que se encargaba de mediar en la
relación entre el equipo y los atarantados que eran objeto
de la investigación etnográfica (10).
Bajo un mayor peso de de Martino y su orientación -que era
la de la investigación en general-, las respectivas investigaciones
e interpretaciones se vigilarían mútuamente.
El resultado de la incursión etnográfica confirmó
las expectativas: la crisis ritualizada respondía claramente
a un condicionamiento cultural. Una serie de indicios indicaban
que las crisis no podían deberse a la picadura del arácnido
venenoso (Latrodectus) ni responder a un cuadro psicótico
claro reducible a categorías de la psiquiatria clásica
occidental: inmunidad al tarantismo en el feudo de Galatina,
una jurisdicción sagrada que libraba de sus efectos
justamente en una zona en que el tarantismo estaba relativamente
difundido; repetición estacional justo en las mismas fechas
(en los atarantados no curados se repetía cada año
desde el de la primera picadura), que si bien coincidían
con las de la recolección, en que los campesinos están
más expuestos a las picaduras de los bichos del campo, estaban
demasiado característicamente localizadas: la mayoría
de las crisis tenían lugar justo en la festividad de San
Pablo (el papel de cuya figura e imagen es central en el simbolismo
del tarantismo) o unos días antes o después; predominio
aplastante de la afección entre las mujeres (la ritualizacion
de cuyas crisis daba salida a los conflictos endopsíquicos
y existenciales derivados de las adversas condiciones sociales a
que estaban sometidas); mayor frecuencia de la "primera picadura"
entre la pubertad y el final de la maduración, momento clave
en el desarrollo emocional de las personas y por tanto preferente
en la ritualización de la vida socioindividual y en la aparición
de crisis existenciales. De Martino añade a este cómputo
una característica que me parece un poco dudosa, más
por la escasez de datos empíricos compilados que por la lógica
-por otro lado muy factible- que recoge: es la distribución
familiar del tarantismo, que óbviamente tiraría por
tierra la hipótesis de la picadura del arácnido, a
no ser que pensásemos que las arañas persiguen obcecadamente
para picarles y envenenarles a miembros de una misma familia. La
objeción es cuantitativa, no cualitativa: los 21 atarantados
a los que se había seguido el paso pertenecían a 17
famílias diferentes, y que (sólo) en tres de ellas
se encontrasen "ascendientes y colaterales atarantados"
le basta a de Martino para demostrar la "distribución
familiar" del tarantismo (de Martino 2000: 49). De todos modos,
algún otro indicio, como por ejemplo cierta mímesis
sintomática muy característica comprobada entre familiares,
hace pensar que la hipótesis no es errónea. En todo
caso le sirvió a de Martino para reforzar la hipótesis
general.
La investigación del equipo siguió siempre, aún
en el campo etnográfico, la línea de poner sobre la
mesa la autonomía cultural del tarantismo. Se comprobó
la "autonomía simbólica del tarantismo":
las imágenes que arrastraba el símbolo de la tarántula
lo conformaban no como algo claramente definido y unívoco,
sino como algo moldeable al gusto de la función que se esperaba
cumpliese. Así se pudo comprobar, con la ayuda de la documentación
diacrónica, que su conformación era una combinación
de las evocaciones que producía el aspecto y las costumbres
veraniegas de la Lycosa, grande, peluda y de apariencia temible,
pero cuya picadura era inofensiva, y los síntomas que producía
el síndrome tóxico producido por el Latrodectus,
que, como ya hemos dicho, habría proporcionado un modelo
para la autosugestión convulsiva y extática apreciable
en el ritual catártico del tarantismo, pero cuyo aspecto,
sin embargo no era el del simbolismo tradicional de la tarántula.
Incluso, pudieron comprobar que en esta conformación participaban
animales que ni siquiera eran arácnidos, como por ejemplo
el escorpión, que como la Lycosa, también ha sido
objeto de potente imaginería. En definitiva, la tarántula
del tarantismo no se correspondía con ninguno de los tipos
taxonómicos de la moderna zoología, pero sí
encajaba perfectamente en el modelo cultural del tarantismo desempeñando
funciones simbólicas. Algunos casos de atarantados reforzaron
esta hipótesis cuando se comprobó que en ellos no
surtía efecto el modelo tradicional; de hecho fue el sobrepasar
demasiado los límites potencialmente maleables de ese modelo,
lo que hacía que no funcionase: el origen endopsíquico
y existencial de la crisis era el mismo, pero los esfuerzos por
hallarle su salida personalizada en el horizonte tradicionalmente
resolutivo del tarantismo resultaban siempre en "fracasos".
Quedaban entonces más o menos definidos los límites
culturales de la eficacia del exorcismo coreico-musical-simbólico
del tarantismo. Otro aspecto básico de la interpretación
en la comprobación sobre el terreno era la visible y evidente
disgregación a que había llegado el tarantismo en
el momento de la investigación, 1959. Los componentes del
grupo, además de observar los rituales en las casas (11),
tuvieron ocasión de ver en directo lo que antes habían
visto en las mencionadas fotos: pudieron contemplar durante la festividad
de San Pablo en la capilla de Galatina como la actuación
de los atarantados era una muestra de tremendo desorden y desorganización,
en comparación con lo antes visto en sus casas. La Iglesia
Católica había intentado durante siglos hegemonizar
la vida religiosa de sus fieles modelando según sus
formas litúrgicas y sus horizontes mito-simbólicos
los variados ritos paganos pre-cristianos que se daban en
los territorios bajo su influencia. En el caso del tarantismo, su
labor había conseguido la disgragación paulatina de
su autonomía ritual y simbólica, pero sin embargo
no había dotado a los habitantes de esas zonas del sur de
Italia de un sustituto eficaz. La investigación histórica
y documental-diacrónica ayudaba en la confirmación
de la tesis. Estos elementos, junto con la evidente incidencia del
tarantismo en los sectores más desfavorecidos, en su mayoría
campesinos analfabetos durante el sondeo etnográfico, y junto
con el ya citado de la coincidencia de las primeras picaduras con
las etapas complejas de la vida y con momentos dolorosos de la existencia,
permitían afirmar casi con total seguridad que el tarantismo
era un fenómeno formado y condicionado culturalmente, y no
una afección derivada de la picadura de un arácnido
o de un desorden psíquico de orígenes biológicos
o genéticos.
Ahora había llegado la hora de comprobar el origen histórico
del tarantismo, que es lo único, a juicio de de Martino,
que nos puede dar la clave de esta peculiar forma de vida religiosa.
La orientación histórico-cultural de la investigación
tenía su kit en la combinación de la etnografía
con la investigación histórica. Hay que tener presente
que de Martino pensaba -como hemos dicho- en su opción metodológica
de una forma integral. En este sentido, esta opción hay que
ubicarla no sólo en una reacción paneuropea -como
antes hemos dicho- a las orientaciones historiográficas anteriores,
más descriptivas y menos interpretativas, sinó también
en la onda de la reacción del gremio antropológico
a los enfoques funcionalistas y estructuralistas, que habían
situado -idealmente- a las comunidades exóticas investigadas
fuera de la historia y como todos homogéneos imperturbables
a los aires del cambio, obviando, por ejemplo la injerencia de las
administraciones coloniales en la vida tradicional de esos pueblos
(12).
De ahí la insistencia de de Martino en la diacronía
durante la investigación (frente a la sincronía propia
de, por ejemplo, los estructual-funcionalistas). Significativamente,
de Martino titula el último capítulo de su libro antes
del "epílogo" y de los "apéndices",
"A favor de una perspectiva historicista". Veamos, en
relación a ese salto necesario de la etnografía a
la historia, como de Martino nos da un claro ejemplo de cómo
une en todo momento su condición de historiador a la de sus
otras facetas:
Se imponía, pues, una exploración
en el pasado, en busca de una imagen menos deteriorada, más
inteligible y significativa del tarantismo: el historiador-etnógrafo
debía dar paso al historiador-filólogo,
capaz de recorrer los siglos pretéritos por medio de documentos
escritos y otras huellas equivalentes (de Martino 2000: 124). (Las
cursivas son mías).
Sería inútil seguir ahora un rastreo minucioso de
la incrusión histórica de de Martino en la conformación
y los orígenes del tarantismo. Para eso está su formidable
y espléndido libro. Sin embargo, quisiera hacer algunas consideraciones
sobre el método seguido. Es llamativo que de Martino, después
de situar más que justificadamente los orígenes del
tarantismo en la Edad Media, y sus antecedentes directos en los
cultos orgiásticos pitagóricos, que como bien dice,
de hecho tuvieron su origen en la Magna Grecia -cuyos dominios incluían
lo que hoy llamamos Apulia o Salento, y que él llama la
tierra del remordimiento-, haga una digresión un tanto
aventurada sobre los orígenes y la difusión de un
supuesto patrón cultural ancestral común que habría
dado lugar por su evolución "independiente y paralela"
a formas diferenciadas de cultos extáticos con "afinidades
de estructura y función" en diversas regiones del mundo
con ciertos contactos históricos en su haber (de Martino
2000: 204). Así, según él -tomando testimonios
que considera fiables de Jeanmarie-, diversos "paralelos etnológicos"
del tarantismo -que compara entre ellos y con el mismo tarantismo-,
como ciertos rituales de la zona euromediterránea occidental
(en Cerdeña, en la Península Ibérica y en el
sur de Francia), otros del norte de África (el zar,
el bori etc.), y otros del mundo afroamericano (macumba,
candomblé, santería, vudú), descenderían
de un patrón común en las "civilizaciones protomediterráneas"
(de Martino 2000: 195-209). No obstante, haciendo justícia
a su persona y a su obra, hay que decir que estas digresiones
aventuradas las matiza considerablemente al incidir reiteradamente
en que estas comparaciones y paralelos sólo tienen sentido
si parten de un objeto de estudio concreto y bien estudiado, como
es en su caso el tarantismo, y si de lo que se trata es de no "diluir[lo]
en
el tipo o en el antecedente", como pasaría con el tarantismo
de no haber hecho primero una correcta ubicación histórico-cultural
del objeto de estudio en cuestión. Piénsese que de
Martino sitúa el origen del tarantismo como fenómeno
culturalmente coherente en la Edad Media (de Martino 2000: 195-209).
Es curioso, después de todo, pensar que los planteamientos
generales de alguien en quien se inspiró, Claude Lévi-Stauss,
son diametralmente opuestos a los suyos. Y cómo los de alguien
a quien critica -Carl Seligman- en relación a un trabajo
sobre la magia en el mundo, del que dice que "sólo consigue
ser una antología que recoge los datos clasificándolos
[según distintas tipologías y]
espaciándose
en lo ecuménico y saltando de milenio en milenio" (de
Martino 1965: 217. Tomado del original E. de Martino, Sud e magia,
pags. 110-129, Milano, Feltrinelli, 1960), coinciden en gran medida
con los suyos, incluso en algún aspecto concreto y parcial
de su teorización como es la difusión de matrices
culturales de las civilizaciones protomediterráneas hacia
el amplio norte del África negra (Palerm 1977) (13).
Pero bajo ningún concepto quisiera que estas digresiones
e interrelaciones nos llevasen a considerar a de Martino un mero
producto de culturas académicas a la manera de Kuhn, pues
de ser así le estaríamos diluyendo en el tipo o en
el antecedente, justo lo que no quería para su tarantismo.
Valga en este sentido, tanto para él como para el tarantismo,
la ya mencionada singularidad histórico-cultural del segundo
(su origen y conformación esencialmente medievales), que
demuestra de Martino fundamentalmente a partir de documentación
diacrónica de su propio país, la mayoría de
cuyos eruditos representantes desde la época moderna resuelven
el problema del tarantismo naturalizándolo, es decir
deshistorificándolo. Estos eruditos, salvo ciertos alquimistas
y demás profetas de la magia natural, que se pierden en misticismos,
son ilustrados, médicos, científicos etc., que reducen
el problema a "dos soluciones médicas fundamentales:
el tarantismo como una forma de aracnismo o como un trastorno psíquico";
dos soluciones que, mientras dura el tarantismo y lo observan, "siguen
compitiendo entre sí, con preferencia por la segunda solución,
aunque ninguna de las dos consigue derrotar definitivamente a la
otra con observaciones y experimentos decisivos" (de Martino
2000: 287). Quizá lo justo sea decir, simplemente, como hace
de Martino respecto de sus informantes diacrónicos,
que es necesario considerar en él su propia historia cultural.
Para concluir, volcándonos ahora específicamente
en el campo de la antropología simbólica, me gustaría
hacer unas últimas reflexiones. De Martino habla en su libro,
más o menos contemporáneamente a Víctor Turner,
o quién sabe si antes, del "simbolismo en acción";
un simbolismo que actúa así en "el 'plano' más
ritual del tarantismo", es decir cuando el actor participante
"dialoga", "obedece", o a veces, incluso, impone
su autoridad al símbolo: un plano "que solo se presenta
cuando la tarántula [es decir, el símbolo] es 'bailable'"
(de Martino 2000: 63). Por otro lado, es necesario señalar
que, en cierto sentido, también se anticipó a Turner
y su polo sensorial de sentido del símbolo y su primer nivel
de interpretación de éste, y a Mary Douglas y sus
"símbolos naturales", con consideraciones similares
sobre el simbolismo de la tarántula y demás bichos
de picadura "ponzoñosa" (por ejemplo, las evocaciones
que produce en los atarantados la araña peluda -la Lycosa-
y no el Latrodectus, o el escorpión y su aguijón).
Así mismo, se podría decir que, de forma similar a
Turner con los ndembu en The forest of symbols, interpreta
el fenómeno del simbolismo en acción durante el ritual
-en su caso, con el tarantismo- a medio camino entre el psicoanálisis
(pero sin caer en universalizaciones freudianas excesivas, como
bien se encarga de reseñar el psiquiatra del equipo) y, en
su faceta más sociologista, la antropología: el ritual
del tarantismo da salida a los conflictos psíquicos reprimidos
de los atarantados, derivados de condicionamientos socioculturales,
por medio de su exorcización y el moledado personalizado
en base a un horizonte simbólico -ideal- compartido por todos
los miembros de la sociedad. Por otro lado, en el ámbito
más general de la antropología social y cultural,
de Martino se inscribe, en sintonía con lo dicho a cerca
de su método historicista, en las tendencias procesualistas
que abogaban por la recuperación para la historia
de los pueblos sin escritura, hasta el momento también "sin
historia". Hay que decir que en ello jugaba con cierta ventaja,
pues sus investigaciones se centraron en las sociedades agrarias
del sur de Italia, que, aunque marginalmente, estaban en la historia.
En última instancia, cabe decir que, según la terminología
etnopsiquiátrica, el tarantismo es un culture-bound syndrome;
un culture-bound syndrome al que de Martino dedica nada más
y nada menos que cuatrocientas páginas. Yo sólo he
hecho un pequeño esbozo de ello. Dicho todo esto, no se nos
olvide restituir a Ernesto de Martino al lugar que merece en la
historia de la antropología, aunque a veces sus fronteras
nos resulten un poco estrechas.
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